El increíble arbitraje del juez Diego Ceballos en la final de la Copa Argentina entre Central y Boca aparece como el mayor escándalo del fútbol argentino en la era moderna, considerada así desde que el Canal 7 comenzara a televisar un partido por fecha, en blanco y negro, los viernes a la noche, en la década del 60, luego de transmitir un San Lorenzo y River el 18 de noviembre de 1951, en el viejo Gasómetro de la avenida La Plata.
Los antecedentes más graves de arbitrajes que decidieron injustamente los resultados en la era moderna del fútbol nacional son, en principio, el penal que el arquero de Boca Antonio Roma le atajó al delantero brasileño de River Delem en la virtual final de 1962; la famosa mano del defensor de Vélez Luis Gallo contra River, que no vio el histriónico juez Guillermo Nimo en 1968 y, mucho más cercana, la recordada pésima actuación del juez Gabriel Brazenas, quien le anuló un gol legítimo al defensor de Huracán Eduardo Domínguez y convalidó uno ilegítimo al volante ofensivo de Velez Maximiliano Moralez, en la definición del torneo Clausura 2009.
En este sentido, la principal diferencia entre el penal más de un metro afuera del área que le cobró Ceballos al lateral de Central Paulo Ferrari sobre el defensor de Boca Gino Peruzzi y los tres yerros de los partidos antes mencionados es que el primero es el colmo del error arbitral: cobrar algo que no existió.
Si realmente Ferrari le cometió una infracción a Peruzzi cuando lo corrió desde atrás, lo hizo a todas luces afuera del área y, además, delante de la vista de Ceballos, que estaba a unos cinco metros sin oposición visual alguna, y del juez de línea Marcelo Aumente, que estaba en línea recta y también sin obstáculos ópticos, sin contar al cuarto árbitro, el tucumano Argañaraz, quien debió haberlo visto por las cámaras de televisión del borde del campo de juego y advertirle al árbitro por el sistema de comunicación electrónica.
En cambio, el adelantamiento de Roma en el penal de Delem, la mano de Gallo también contra River, el gol legítimo anulado a Eduardo Domínguez y hasta el gol ilegítimo convalidado a Maxi Moralez fueron jugadas que existieron, pero que no fueron sancionadas o no fueron vistas por los tres árbitros, según sus palabras.
Además, el pésimo arbitraje de Ceballos sumó al penal fuera del área que definió el resultado, el gol de Marco Ruben anulado por una posición adelantada de un brazo de Larrondo, que se da de patadas con el tanto del ingresado delantero de Boca Andrés Chávez, en una posición adelantada de un metro, convalidado por el mismo juez de línea Marcelo Aumente.
En realidad, Ceballos utilizó dos varas para medir las infracciones durante todo el partido, como la falta y amonestación que le cobró a Larrondo en el primer tiempo, en una jugada en la que vuela para anticipar la pelota con el pecho y recibe una fuerte infracción desde atrás (uso desmedido de la fuerza) del lateral izquierdo de Boca Fabián Monzón, que en ningún momento fue a disputar el balón. Casi tan increíble como el penal fuera del área de Ferrari, Ceballos le cobró una falta y amonestó a Larrondo, que fue a buscar la pelota y recibió un terrible empujón desde atrás del defensor xeneize.
Otra jugada sintomática del primer tiempo fue una amonestación al volante de Central Damián Musto, en una acción en la que ni siquiera cometió infracción, mientras que en el complemento Ceballos le perdonó la segunda amonestación al volante uruguayo de Boca Nicolás Lodeiro, cuando hizo una mano intencional.
El volante de Boca Pablo Pérez, que fue amonestado por una fuerte falta contra Musto, cometió luego otras seis faltas hasta que fue reemplazado. En cambio, el defensor canalla Javier Pinola fue amonestado por un manotazo sobre Tevez y luego vuelto a amonestar y expulsado en el tiempo adicional por otra infracción.
Además, al incomprensible Ceballos lo jaquean un par de denuncias comprometedoras: una nota del ex director técnico de Olimpo Walter Perazzo, quien reveló en televisión que el juez alentaba a los jugadores de Boca para que hicieran el gol en cada pelota parada de un partido jugado en Bahía Blanca contra su equipo, en septiembre de 2014, y un video del extinto presidente de la AFA, en el que el sempiterno don Julio le recomienda al presidente del Colegio de Arbitros, Abel Gnecco, un juez para dirigir a Boca: “Ponelo al Petiso Atómico”.
“Penal bien pateado es gol”, se defendió el árbitro Nai Foino de los justos reclamos de los jugadores de River, que sumaron otros ocho años hasta salir campeones después de 18 años, en 1972, el año que volvió Perón. “No la vi”, simplificó sobre la inocultable mano de Gallo el inefable juez Guillermo Nimo, que no dirigió más y terminó de comentarista televisivo disfrazado con un moñito, una boquilla y un bigotito a lo Dalí. “Los hinchas de Huracán me van a putear toda la vida”, se sinceró el colegiado Gabriel Brazenas, que tampoco volvió a dirigir y hacía changas de albañil para parar la olla. “Me equivoqué, fue un error, soy un ser humano. El único error que cometí fue el penal. Voy a pedirle disculpas a quien corresponda”, se defendió Ceballos, quien no dirigió el viernes a la noche Lanús y Sarmiento y lo bajaron hasta de la final de la Liga Paranaense del domingo.