Se le dio de una vez por todas. Se le dio de nuevo al pibe de la película y en formato cinematográfico. Se le dio a Juan Martín Del Potro, que ganó su primer Masters 1000. ¿Y habría una forma posible de elegir cómo hacerlo si se pudiera? Quizás. Tal vez quien pudiese elegir lo haría poniéndole el mejor marco. Ese mejor marco podría ser Roger Federer, el Nº 1 del mundo como rival, que arrastraba una racha de 17 partidos ganados al hilo, su mejor inicio de temporada. El Nº 1 de la historia para muchos, más allá de los números de un ránking temporario. Y podría elegirse con condimentos únicos: como la adrenalina al 100 por ciento. Delpo no eligió este contexto pero le salió. El tandilense se llevó un intenso partido, infartante desde las emociones y hasta discutido, con alta tensión en la sangre. Se lo quedó tras levantar tres match points, por 6/4, 7/6 (8) y 7/6 (2), para quedar de nuevo en el primer plano mundial del tenis, sujeto a las adulaciones y la admiración. Porque si hay algo que conmueve de Juan Martín es, más allá de su talento, esa capacidad de resurgir siempre. De las cenizas o de cualquier otro lugar. Supo de largos parates, de sufrimiento, de operaciones y lesiones. Pero siempre asomó la cabeza.