Cuenta la historia que el tenis comenzó a jugarse en el siglo VIII entre la realeza y que luego se lo apropiaron también las clases altas europeas, quienes usaban vestimenta blanca como símbolo de prestigio y distinción (cuando no esto de no querer parecerse a las mayorías). De allí que al juego de las raquetas y la pelota se lo conoció como “deporte blanco” y aún hoy, empeñados en mantener anacrónicas tradiciones (como el reinado mismo), los ingleses obligan a tenistas y jueces a usar ropas inmaculadamente albinas en el torneo sobre césped de Wimbledon. Por suerte, siempre algo o alguien demuestra que la historia no es lineal y la llena de colores como una bandera del orgullo gay y transgénero o una whipala (emblema de pueblos originarios). Quien esta vez le puso color al deporte blanco es Mia Fedra, la primera mujer trans del tenis argentino.
“Y tal vez la única en el mundo en actividad”, le aclaró a Ovación esta muchacha que juega en torneos +35 y es número 2 del ránking. Alta (1,78 metro), delgada y fibrosa, entrenadora de tenis tras cursar un profesorado de dos años y quien un día, haciendo valer la ley de identidad de género sancionada en 2012, fue a la Asociación Argentina de Tenis con su nuevo DNI y pidió el cambio de nombre en el título y competir en torneos femeninos. Lo logró. Ahora con el nombre de mujer que le copió a Mia Farrow, la actriz a quien siempre admiró, juega y vive.
“Me trataron muy bien en la asociación, todos me conocen, nadie dudó en habilitarme. Pensé que ya había sufrido mucho en mi infancia y en mi adolescencia, había llegado el momento de ser quien siento ser. No milito porque no estoy informada como para hablar en la prensa de mi colectivo, al que apoyo, sólo puedo dar mi testimonio, creo que sirve, por eso lo comparto, poco se ayuda a los niños y adolescentes trans”, dijo esta tenista que admiró siempre a Gabriela Sabatini, Mónica Selers, Peque Schwartzman y Roger Federer.
Mia jugó al tenis desde los 7 años hasta los 18 cuando decidió vender todas sus raquetas y no jugar más. Pero retomó casi diez años después y hoy juega interclubes para el club Darling y entrena con Marco Caporaletti, quien ya entrenó a una trans en Chile. Y como también cuenta con el carné de la Federación Internacional de Tenis, juega singles profesionalmente.
Ser trans en la Argentina significa tener un promedio de vida de 36 años, estar en un 90% fuera del mercado formal, vivir en la pobreza y ejercer la prostitución en la mayoría de los casos.
Para Mía la historia fue distinta porque nació en una familia de clase media que siempre la apoyó, pudo estudiar y practicar un deporte.
“Mi papá y mi mamá son gente sencilla, nunca me rechazaron, si bien al principio hubo revuelo familiar. Dejé el secundario y todo. Por eso me gusta mucho que Alberto Fernández defienda a su hijo de quienes se reían porque trabajaba de cosplay (Estanislao representa personajes con vestimentas diversas). Mi papá jugaba a la paleta y luego al tenis con mi hermana y yo también jugué, no era de los mejores. Al final de juveniles comencé un tratamiento hormonal con el que perdí masa muscular. Supe tener una prepaga pero luego mis padres se separaron y me atendí en hospitales como tantas”, contó.
Dijo que no hay muchas chicas trans que se animen al deporte porque las acobardó la discriminación y marginalidad a las que las condenó la sociedad. Ovación publicó en 2016 el caso de la jugadora trans de hockey Jessica Millamán y en 2017 la de Mía Gamietea. A ambas, una de Chubut y otra de San Luis, no las dejaban jugar en sus provincias alegando la supuesta como siempre “supremacía física”. También este año publicó la historia de Mariana Casas, quien se erigió en la primera piloto trans del país.
La supremacía física es la primera excusa para impedir a una mujer trans jugar con sus compañeras, pero muchos sostienen que el tema depende de otras tantas cosas y no de la biología.
“Es inaceptable, salvo en los deportes que se dividen por peso como la lucha. No existe en hockey, fútbol, básquet u otros tantos deportes una regulación de jugadores por altos, bajos, más rápidos o más lentos. ¿Por qué tendrían que dar cuenta si son trans o no, más cuando hay una ley nacional que aclara que una persona tiene derecho a que se la reconozca según cómo se autopercibe. Son las habilidades las que están en juego y si no pregúntenle a Messi si ser bajito le impidió ser el mejor del mundo”, le había dicho a este diario por Gamietea, el secretario de Deportes de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (LGYB), Ariel Velázquez.
Y cuando se le habla a Mia de las norteamericanas trans como la tenista René Richards o la atleta y automovilista Caitlyn Jenner, marca diferencias: “Ellas eran brillantes en lo suyo, yo soy sólo tenista amateur”.
Mia convive con su pareja, profesor de cine, desde hace dos años. No tiene hijos ni los proyectó: sólo materna a su perro Simón. “Hay que salir de uno mismo y pensar en otro, cuidar al otro, lo hago con mi pareja, mi mascota y mis rivales en la cancha”. Brinda charlas a chicas en situación de calle y a quien la invite. Dice que el Estado no la ayudó en su proceso y que “sería bueno tener acompañamiento, también en lo deportivo”. Tiene pelo renegrido natural, le gusta pintarse las uñas y producirse sobriamente para jugar. “Un amigo me dijo: «Si estás tan ocupada en la estética, no jugás: relajate».Y eso hago, me tomo las prácticas en serio y entreno mucho pero trato de relajarme, en la cancha y en la vida”, dijo la mujer que coloreó al deporte blanco nacional.