La mano derecha sube a la frente para el saludo militar. El bíceps del atacante ruso Artem Dzyuba se tensa de manera impresionante mientras está parado sobre el césped del estadio y saluda con alegría por su gol. Dzyuba pudo festejar tres veces durante la Copa del Mundo. A más tardar, tras su tanto en octavos de final contra España, su gesto militar se volvió de culto. Esta es una de esas imágenes que quedarán como símbolo del exitoso torneo que Rusia ofreció como anfitriona. Es una imagen que pega bien en los hinchas patrióticos de la "sbornaya" (selección rusa), en el DT Stanislav Cherchesov y en la élite del poder en Rusia. Sin embargo, la pregunta que reina en el ambiente genera cierta incertidumbre. ¿Qué será de la nación cuando se desvanezca el júbilo del Mundial?
La Fifa y funcionarios rusos querían celebrar el mejor Mundial de la historia. Deportivamente, Rusia llegó muy lejos. Por primera vez desde 1970 la sbornaya alcanzó los cuartos de final. Hasta ahí llegó. Pero ya la emoción recorrió todo el país.
Si la alegría por el torneo era algo recatada entre los rusos en los días previos al Mundial, el ambiente se fue transformando en jubiloso con las primeras victorias. Y se vio alentado aún más por el colorido carnaval de los hinchas extranjeros. Casi de la noche a la mañana, el escepticismo con respecto a la propia selección se volvió admiración, manifestada en los gritos de "Rossiya, Rossiya", las fiestas en las calles y las caravanas de coches.
"Pusimos al país patas arriba. Eso nos alegra", dijo el entrenador Cherchesov. "No me esperaba que el país se viera envuelto en un ambiente así", festejó Alexei Sorokin, director general del comité organizador. Casi nadie habrá observado ese patriotismo deportivo con mayor satisfacción que el presidente Vladimir Putin.
El mandatario ruso quería una fiesta del entendimiento entre los pueblos, para mostrarle al mundo lo buenos anfitriones y adorables que son los rusos. La potente actuación de la sbornaya, con la que no contaban ni siquiera los estrategas del Kremlin, le otorgó a su proyecto aún más sabor.
Rusia en el ojo de todos
"Rusia vuelve a ser alguien", podría resumirse. Políticamente la potencia atómica, con poder de veto en el Consejo de la ONU, es a más tardar desde la intervención de 2015 en la guerra de Siria otra vez uno de los grandes actores del escenario mundial. Ahora Rusia patea bien arriba también en el fútbol.
Y eso que el júbilo de los rusos parece forzado para algunos observadores. "Hoy somos todos hinchas de fútbol", dijo Aliona, de 27 años, con la bandera rusa pintada en la mejilla, durante los festejos en Moscú. Hasta ahora, a la joven no le interesaba el fútbol. El diario The Moscow Times encontró una explicación: "A los rusos no les interesa el fútbol, pero aman las victorias".
Así, el Mundial logró ocultar algunos aspectos oscuros. A la sombra del torneo, el gobierno anunció un drástico aumento en la edad de jubilación. Hubo protestas fuera de los estadios, pero el debate se perdió en el patriotismo mundialista apolítico. El enfado podría descargarse más adelante. Según las encuestas, los valores de popularidad de Putin cayeron.
¿Qué quedará una vez que hoy se apague la luz del Mundial? Estadios caros, de los cuales la mayoría seguramente no se llenarán en los partidos de la liga rusa; infraestructura que mejorará la calidad de vida en algunas ciudades y una selección que disfrutará un poco del éxito antes de que los críticos vuelvan al ataque.
Sin efecto político
El experto Andrei Kolesnikov, del Centro Carnegie de Moscú, cree que el Mundial no tendrá un efecto político a largo plazo. "Esto es sólo fútbol. No aporta pensamiento democrático", dijo. "Este es el país que inventó el pueblo Potemkin", señaló, en referencia a la historia según la cual en Rusia se escondían casas en ruinas detrás de hermosas fachadas ante la mirada de los soberanos.
Aun cuando los extranjeros hayan tenido una impresión positiva, a los rusos no le cambiará mucho la vida por el Mundial. Volverán rápido a la realidad en medio de otro mandato de Putin.
En el escenario internacional, según los expertos, serán las mismas disputas las que marcarán la tensa relación con Occidente: la anexión de Crimea, el conflicto en Ucrania, la injerencia en las elecciones de EEUU. Esa realidad alcanzará a Putin más rápido de lo que él y toda la nación desea.