Jugando con un corazón enorme, dejando todo en la cancha y luchando hasta el último minuto contra la adversidad, el seleccionado de Rosario culminó su participación en el Argentino con una derrota ante el flamante campeón, Buenos Aires, que se impuso por 43-22 cerrando una campaña perfecta en la que cosechó todos los puntos en juego.
Buenos Aires fue el amplio dominador durante gran parte del partido, tanto por el juego colectivo como por el aporte de sus individualidades. Fue un equipo voraz en ataque que debió trabajar mucho para llevarse la victoria, ya que Rosario con todas sus limitaciones a cuestas fue un hueso duro de roer, por más que el resultado se empeñe en demostrar lo contrario.
La visita arrancó haciendo un trabajo de desgaste para luego lucirse. Una sólida obtención, una ejecución casi sin fisuras y un terrible poder de definición fueron demasiado para un equipo en formación como el rosarino, que cometió demasiado errores en la toma de decisiones, falló en los metros finales cuando atacó y no fue (salvo algunas excepciones) contundente en el tackle cuando defendió.
Con el empuje de sus delanteros, las Aguilas forzaron un try penal con el que se abrió el marcador. Desde ahí la visita empezó a imponer condiciones y cuando aceleró con sus backs marcó la diferencia, primero con Gutiérrez Taboada y luego con Rodrigo Avalos, cuando su equipo jugaba con un hombre menos por la amarilla a Ferronato.
Antes que termine el primer parcial, una mala interpretación del árbitro dejó a Rosario con uno menos. Guillermo Imhoff vio la tarjeta roja por una acción que ni siquiera merecía amarilla.
El panorama del complemento se presentaba complicado. Y así fue. Encima, con la severa lesión de Exequiel Céspedes (fractura de tibia y peroné, será operado entre mañana y el martes) todo se oscureció más. Pero esas ausencias tocaron el amor propio del equipo, que sacó fuerzas y se ilusionó con la remontada. Empezó a hacer lo que mejor sabe, mover la pelota de un lado a otro, buscar los huecos y atacar. Así llegaron los tries de Pedro Imhoff y Juan Rapuzzi que abrieron la puerta de la esperanza.
Ese envión duro poco, porque Buenos Aires puso rápidamente las cosas en su lugar atacando por todos lados, y desbordando repetidas veces con Devoto, Gutiérrez Taboada y Ezcurra, quienes sentenciaron el pleito. En defensa Rosario redobló los esfuerzos pero poco pudo hacer con uno menos y cargando con el cansancio de un trajinar que no supo de respiros.
Y con el poco aire que le quedó se animó a atacar y puso contra las cuerdas a su encumbrado rival. En ese sentido pudo sumar más de no ser por el flojo arbitraje de Altobelli, que no sacó ni siquiera una amarilla para el conjunto de Buenos Aires más allá de la gran cantidad de penales que cometió cuando se vio atacado.
Ignacio Fantín apoyó antes del final y premió así el esfuerzo de un equipo que nunca claudicó pese a los contratiempos. Igual, la última palabra la tuvo el campeón, que con el try de Juan Cruz González coronó la faena y cerró de la mejor manera un Argentino en el que volvió a la cima tras siete años.