La idea era ganarlo. En el ideal estaba lograrlo con mayor holgura. Pero el libreto que se presentó fue otro, de allí algunos atributos que Central tuvo que sacar a relucir. Y que resaltó, si se quiere, aún más la victoria. Porque aquel juego que se presumía podía allanar caminos apareció a cuentagotas y debió cederle paso al espíritu combativo, tal vez porque involuntariamente debió someterse al enredo que planteó Arsenal. Fueron tres puntos enormes, con los que el Canalla decidió mantenerse en la pelea y, encima, potenciar el ánimo de cara a un partido tan trascendente como el clásico. Visto así se trató de un negocio redondo.
No fue la mejor faceta que este equipo puede mostrar. Pero salió bien parado, erguido y con la vista apuntando allá lejos. Porque amén del discurso del partido a partido (entendible por cierto) el anhelo de pelear hasta las últimas consecuencias sigue tomando cuerpo. Y de esa postura ganadora se está sacando un provecho incalculable. Más teniendo en cuenta la capacidad de desechar un traje y calzarse otro. Es que Central lo luchó más de lo que lo jugó.
Fue esa telaraña que Caruso Lombardi armó con un equipo corto lo que hizo que a Central le costara horrores mostrar destellos de buen juego, principalmente porque al chico Giovani Lo Celso se le hizo cuesta arriba esto de oficiar de conductor. Por todo esto Silva contó con dos situaciones propicias para complicarle la existencia al Canalla. Es fácil explicar esa poca claridad del equipo de Coudet mencionando que en esos primeros 45’ hubo un solo remate al arco, que dio en el travesaño (14’), luego de un desvío en el centro que Fernández intentó levantar.
Pero si hay una virtud con la que cuenta este Central es el convencimiento de que siempre puede hacer algo para potenciar sus convicciones.
Desde ese atributo es claramente demostrable ese inicio del complemento, con 10 minutos en los que pudo sacar una diferencia importante, con un cabezazo de Fernández (51’), otro de Donatti (52’), un zurdazo a quemarropa otra vez de Fernández (53’) —las tres bien resueltas por Andrada— y un cabezazo de Niell (54’) que también terminó en las manos del arquero de Arsenal. Después, otra vez el barullo, la confusión, las ganas por sobre la inteligencia, la fricción por encima de la claridad.
Pero en dos minutos se le aclaró el panorama a Central. Porque llegó la expulsión (discutible por cierto) y a los pocos segundos el tiro libre de Delgado y el cabezazo goleador de Nery Domínguez. Desde el resultado, la casa empezaba a estar en orden.
Y ahí sí empezó a tejerse otro partido. Ya sin tantos apuros, pero con las mismas limitaciones, que se extendieron porque Colman falló en el remate (dio en la base del palo izquierdo), aunque desde un ángulo exigido, tras la muy buena habilitación de Nery Domínguez.
Y no hubo más. Sólo la intención de hacer que la que corriera fuera la pelota.
El logro habla por sí solo. Si de pelear se trata, Central está cumpliendo al pie de la letra. Y esa postura de no resignación vale más si se sostiene, aún luchando más que jugando. Porque también peleando sabe mantenerse en el club de la pelea.