Mucho se ha debatido sobre la grandeza en el fútbol, generando una dicotomía en torno a la definición, porque algunos aluden a la cantidad de adherentes de determinado club prescindiendo de los logros deportivos mientras que otros consideran que las conquistas son las que dimensionan a la entidad. Y entre ambas interpretaciones hay estados intermedios, en los que abrevan los filósofos urbanos de este controvertido y apasionante deporte.
Claro está que la convergencia de tantos a este simposio retórico sobre la grandeza en el fútbol conlleva argumentos flexibles y volátiles, ya que cada uno sostiene la teoría conveniente acorde a la coyuntura deportiva de la institución que ama.
Expresado en otras palabras, si los resultados configuran una campaña exitosa, la tan mentada grandeza será enraizada en los resultados y su público consecuente, mientras que si los dividendos son magros sólo se alegará a la perseverancia de los hinchas.
Es justamente allí donde reside la endeblez argumental de los fundamentalistas de la grandeza, porque se parte de un reduccionismo que deriva en el error de confundir club con equipo.
Aunque parezca una verdad de Perogrullo, los usos y costumbres dialécticos populares, amplificados por un sector del periodismo que se nutre de las falsas polémicas, han distorsionado la cuestión. Tanto que vaciaron la palabra grandeza, futbolísticamente hablando.
La manipulación de la denominada grandeza fue el recurso habitual de aquellos directivos que, enemistados con la autocrítica, potenciaron con actos demagógicos la importancia de la cantidad de hinchas para así disimular sus paupérrima gestiones deportivas.
Pero lo más delicado de esto no es incentivar ese orgullo de identidad de las masas mediante decisiones populistas para enmascarar la mediocridad de la campaña deportiva, sino la sensación de conformismo que se genera. Es como creer que no importa si se es pobre, sino que lo importante es que sean muchos los que comparten la pobreza.
Sin dudas que la cantidad de socios y simpatizantes es uno de los aspectos elementales para establecer la grandeza de un club, pero no es la única condición. Ya que la obtención de títulos también lo es. Es por eso que vale decir que hay clubes grandes, pero muchas veces con equipos chicos. Y que en nada representan a la ambición popular latente.
Y es en este encuadre donde se contienen los dos clubes más trascendentes de Rosario. Que por conquistas y acompañamiento ostentan grandeza, pero que también han tenido equipos que no estuvieron a la altura, edificando campañas paupérrimas que por quedar en el olvido están expuestos a repetir.
Es por ello que perderse en el laberinto que proponen los vendedores de conformismo es extraviar la lógica ambición de exigir resultados como pertinente devolución a tanto esfuerzo, porque el fútbol se ha convertido en un juego en el que el único que paga es el público.
Y en Rosario no hace falta medir el nivel de audiencia, porque la constancia queda día tras día reflejada en cada estadio y en cada rincón de la ciudad.
Lo que sí hace falta es que los dos grandes clubes recuperen el protagonismo perdido. Para lo cual es clave que vuelvan a tener grandes equipos. Como en diferentes momentos de sus vidas los tuvieron y así quedaron grabados en la memoria. Por calidad y títulos.
Para ello no hay margen para la resignación. No hay espacio para la justificación. Los clubes existen por la gente. Pero faltan los equipos. Esos que no estuvieron en 2017. Pero que deben armarse en 2018. Caso contrario la palabra grandeza ya no servirá para construir un discurso explicativo. Sino que deberá ser utilizada para prescindir de quienes no tuvieron la grandeza para gestionar.