Al clásico sólo le faltó un ganador. Y estuvo bien que así sea porque en el final ninguno de los dos se animó a echar el resto para torcer el resultado a su favor. Pero después, en lo que respecta al resto de las acciones, el derby de ayer en el Gigante tuvo todos los condimentos posibles para que el corazón del hincha sea un verdadero terremoto de sensaciones a lo largo de los 90 minutos. La apertura canalla de Braghieri, el empate leproso de Schiavi de penal, las cuatro tarjetas rojas (dos por bando) que diezmaron a los equipos, y un trámite apenas discreto que jamás logró levantar vuelo futbolístico fueron los condimentos que mantuvieron en vilo a la multitud que desbordó Arroyito, como a toda una ciudad que estuvo pegada a la televisión o la radio. Fue una igualdad justa, con pasajes favorables que ninguno de los rivales supo capitalizar, con algunas faltas demasiado bruscas y con minutos finales donde pareció que había que cuidar más el arco propio que avanzar hacia el ajeno. No fue un buen partido, pero sí hubo una enorme carga de adrenalina.