La pasión no se puede prohibir. Ni negar. Tampoco medir en profundidad porque es como un inmenso océano de amor incondicional. Los fundamentalistas canallas sabían que su presencia estaba vedada en el humilde pago de Ludueña. Pero muchas almas encantadas capearon el temporal y el derecho de admisión al Fortín, y recurrieron a la fuerza de su fe interna para tratar de estar junto a los suyos en una tarde clave y plomiza. Por eso hubo algunos hinchas radicales que se las ingeniaron para demostrarle a Palma y compañía su alta fidelidad. Algunos lograron filtrarse en la cancha en buena ley mediante la diplomacia del protocolo. Como hubo otros, que habitualmente pertenecen al mundo de la periferia, que se vieron obligados a desafiar las leyes de la física. Y debieron trepar a pulmón el alto paredón del coqueto estadio para poder seguir aferrados a los carteles a su querido Rosario Central. Aunque tanto esfuerzo y exposición terminó valiendo la pena una vez que el sol se corrió para darle paso a la luz artificial. Porque el auriazul le ganó al cada vez más comprometido Tiro Federal con poco y renovó el voto de esperanza para alcanzar la Promoción. Por eso, el protagonista que ilustra la postal fue el fiel reflejo de la lealtad, al hacer flamear desde un inhóspito lugar con alma y vida la bandera que representa a los más ilusionados corazones auriazules.