Penúltima fecha del campeonato 2015, el primero anual de 30 equipos. Es domingo a la tarde en el Florencio Sola. Eduardo Coudet no cree que su equipo pueda forzar la chance de estirar la definición del título hasta la última fecha en el Gigante. Por eso, a la par que Boca enfrenta a Tigre, manda a la cancha un once alternativo. Banfield le gana 2 a 1, el xeneize vence 1 a 0 y se consagraría. Pero ese costo que pagó el Chacho se compensaba plenamente con la gran chance que tendría Central tres días después en la gran final de la Copa Argentina, que terminó como terminó. Ahora, otra vez el Taladro fue el rival previo a un nuevo Central-Boca por Copa Argentina. Y el cuadro de situación está en las antípodas. El 4-0 que le propinó en Arroyito hizo rodar al equipo de Paolo Montero hasta el borde de una cornisa impensada, al punto que el duelo de Mendoza asoma como decisivo para que el ciclo no estalle. Lo dijo el mismo Paolo Montero. A confesión de parte, relevo de prueba.
Es que el Banfield de Falcioni se presentaba como un buen espejo donde mirarse para saber dónde estaba parado Central, en vistas de que el miércoles en Mendoza enfrentará al campeón, líder y uno de los mejores equipos argentinos. Y en vistas también de que el conjunto de Montero sólo había ganado por Copa Argentina ante dos rivales menores y hacía ocho que no lo hacía en el torneo local, con mayoría de empates, vale aclarar. Y el saldo no pudo ser más negativo. Jugó el peor partido del ciclo del uruguayo, el peor en muchísimo tiempo y en la previa, el escenario no puede ser más preocupante.
Central recibió una verdadera paliza táctica de Banfield, que aceleró sólo cuando quiso y siempre lo lastimó. Y retrocedió en todos los aspectos: el ofensivo y el defensivo aparecieron como los emergentes de un mediocampo que no generó y menos contuvo y donde las individualidades, lejos de aparecer para salvar las papas, quedaron varias al descubierto como nunca. Es cierto que este plantel se debilitó y perdió jerarquía en los últimos mercados, pero la sensación inequívoca fue la de un once desarmado y además sin liderazgos.
Es cierto que la lesión de Washington Camacho (tampoco hay que olvidar la de José Luis Fernández), la del mismo Marco Ruben que seguramente fue ayer preservado y las partidas de Damián Musto y Javier Pinola le hicieron un agujero a este equipo. Las primeras son imponderables, pero la del volante central y la del zaguero aún no han sido solucionadas. En el primer caso, Montero probó mucho y no encontró soluciones. En el otro, el debut tardío de Fernando Tobio no merece calificación pese al 0-4 porque no estuvo en ninguna foto de los goles rivales, pero tanto pesó la partida del ahora defensor de River que hubo que esperar hasta la 4° fecha para ir por una solución que está por verse.
Claro que sería injusto cargarle las tintas a la defensa de la goleada. Hay un mediocampo que asoma ilógico con volantes que no están en los extremos, que rotan demasiado, que no compensan monopolizando al menos la pelota y que por eso mismo dejan huecos enormes en el retroceso, lo que les permite a los rivales avanzar muchos metros sin marca y hasta poner pelotazos largos precisos sin oposición. Y por suerte, Banfield no repiqueteó constantemente.
Los hinchas cantaron el "vamo, vamo los pibes" cuando Montero mandó a tres a la cancha con el partido liquidado, justo él que nunca se apoyó en ellos .Y exigieron el "cueste lo que cueste" ante Boca. Luego en la conferencia de prensa el técnico fijó sus propios límites.
Demasiadas malas señales en la previa de un partido tan importante, ante tamaño rival y para una copa que se transformó en una obsesión para Central. Por supuesto, el miércoles serán 90 minutos, todo puede pasar y un triunfo despejará el condicionante autoimpuesto.Esa es la esperanza de un mañana mejor. Hoy el presente no se puede mirar sino con los ojos de la desconfianza hacia un proceso que se estancó e involucionó y que llega al partido más esperado en el peor de los escenarios.