En el fragor de la lucha los sentimientos van de aquí para allá. En el fútbol, una derrota caldea los ánimos, socava aspiraciones. Un triunfo apuntala, vigoriza, renueva esperanzas. Más allá de eso hay momentos que resultan clave para entretejer análisis para arribar a conclusiones. Que sin dudas resultan parciales, pero que bien pueden entregar indicios sobre la faena hasta ahí realizada. Hoy, con un cuarto de campeonato disputado, el sentimiento en Central está más ligado a la desilusión que al optimismo. Y hay un punto de inflexión en el cual se sientan esas bases. Todavía está muy fresco el recuerdo de lo ocurrido en la temporada pasada, en la que el ascenso se olfateó durante un buen tiempo, pero que finalmente no pudo degustarse. Siempre teniendo en claro que las comparaciones suelen resultar odiosas, más en casos como este, donde hay un cuerpo técnico nuevo y un plantel que se renovó prácticamente en su totalidad. Ahora, ¿es muy grande la diferencia entre este equipo y aquel que comandaba Juan Antonio Pizzi, que desde el principio se intuyó que iba a estar en la pelea? Desde lo estrictamente lúdico, cada uno tendrá su punto de vista. Es todo muy subjetivo. Desde lo numérico, la distancia entre uno y otro no es grande ni mucho menos. La diferencia es prácticamente una victoria. Cuatro puntos más había sumado el Canalla en las diez primeras fechas en el anterior certamen que esta versión que comanda Miguel Russo. 16 puntos contra 12. Por supuesto con menos equipos en el medio, pero con seis unidades de distancia con el del líder (River) y a cinco del segundo puesto de ascenso (en poder de Instituto).