"Caracas está tranquila". Johan, empleado del aeropuerto Simón Bolívar de esta ciudad; Anobis, remisera que trasladó al enviado de Ovación al centro de la capital venezolana, y Kenny, uno de los trabajadores del lujoso hotel Pestana, coincidieron en el discurso. La consulta tenía que ver, por supuesto, con las secuelas que pudieran haber dejado las marchas del 1º de septiembre aquí en Caracas, donde oficialismo y oposición se expresaron en simultáneo. Ocurre que muchas veces las informaciones llegan distorsionadas o también inclinadas hacia uno u otro sector, dependiendo de los intereses que haya en el medio. Esto último no es un capricho. Si hasta hubo quienes pusieron en duda el partido que el martes Venezuela y Argentina protagonizarán en la lejana Mérida por una nueva fecha de las eliminatorias sudamericanas. Aquí nadie dudó en ese sentido.
Hubo sí algunos días agitados. Pero en la previa de esas marchas. Ahora no es el caso. Y el epicentro estuvo en la capital venezolana, donde la disputa entre oficialismo y oposición tuvo sí picos de ebullición, más dialéctica que otra cosa. Fueron movilizaciones por una disputa de cuestiones ideológicas y formas de interpretar un estilo de vida, pero lejos de aquellos augurios de enfrentamientos y posible represión que quizá a alguna parte de la sociedad, especialmente la motorizada por el espíritu opositor, les hubiera servido para sumar argumentos a esa sensación de "cambio" que consideran indispensable. Decir que en Venezuela está todo bien sería un error. Hay una tensión imperante, que ya forma parte de la cotidianidad. Hay sí una situación económica compleja. Así lo entienden los venezolanos en general. Mucho más los dirigentes políticos. Tanto de quienes trabajan convencidos en que las acciones de gobierno, con sus errores a cuestas, forman parte del crecimiento y fortalecimiento de políticas igualitarias, como también de quienes desde hace años en pos de un cambio se empecinan con romper un proceso, con falencias, elegido con las urnas como testigo.
Hasta la Iglesia formó parte de esos días previos a "La toma de Caracas". Lo hizo alzando la voz, solicitando la seguridad de los manifestantes. Básicamente de aquellos impulsados por la Mesa de Unidad Democrática que pugnan por el referéndum revocatorio que no tiene otro objetivo que terminar con la presidencia de Nicolás Maduro ("El respeto a ejercer los derechos no es una gracia que concede el Ejecutivo, sino un derecho que debe garantizarse y que no puede ser catalogado como un acto delictivo o un golpe de Estado", había dicho el arzobispo de Mérida, monseñor Baltazar Porras). No así de los otros, que también tenían pensado marchar bajo el lema "Venezuela se respeta". Clarito qué mano tiende.
En este contexto no fueron en vano las declaraciones del vicepresidente Aristóbulo Istúriz, quien en la previa de "La toma de Caracas" señaló que la revolución bolivariana atraviesa el momento más peligroso, aduciendo que, hasta aquí, la oposición ha fracasado en todos sus intentos "destituyentes".
Ya pasaron tres días de aquella confrontación de fuerzas por las calles de Caracas, donde todo parece haber vuelto a la normalidad, con los dichos, chicanas y acusaciones que forman parte del día a día en una sociedad claramente partida al medio. "Hoy sigue todo igual", abundó Anobis. Y así será hasta la próxima acción que desde la Mesa de Unidad Nacional tienen pensado llevar adelante, prevista para el próximo 7 de septiembre, en la que se exhorta a los venezolanos a concurrir a las sedes del Consejo Nacional Electoral con el fin de presionar para que se entregue una fecha para la recolección de las firmas que alcancen el 20 por ciento del padrón, lo que les permita ir por ese referéndum revocatorio, que pretenden se lleve a cabo este año. De esa manera se iría a nuevas elecciones. Si la consulta pasa para después del 10 de enero de 2017, no habría, en caso de perder, una destitución de Maduro, ya que el lugar del sucesor de Hugo Chávez caería en poder del hoy vicepresidente Istúriz. Con esa claridad meridiana se entiende la celeridad que pretende la oposición. Algo que para el oficialismo no es casual ni mucho menos. Porque sostienen que lo que se está haciendo es fortalecer una actitud "propia de la derecha" para ponerle fin al mandato de Maduro. Pero sobre todo señalan que no es casual, ya que esta arremetida se da a días nomás de lo que fue el golpe que el Senado le dio a Dilma Rousseff en Brasil, donde Venezuela, Ecuador y Bolivia ya anunciaron que retirarán a sus embajadores.
Un 1º de septiembre del que mucho se habló y del que se tejieron miles de especulaciones. Hasta desde Argentina se puso énfasis en saber si estaban dadas las garantías para que el seleccionado argentino viajara a Mérida. La encontró.
Dos marchas con acentos ideológicos opuestos. De un lado los protagonistas de "La toma de Caracas", copando algunas de las principales arterias de la capital venezolana. Del otro, los aliados y defensores del partido Socialista Unido de Venezuela, enrojeciendo la avenida Bolívar.
En el medio, los inconvenientes que Venezuela tiene, esencialmente con el desabastecimiento de alimentos y algunos otros productos, entre ellos los medicamentos, al que indefectiblemente se le debe buscar una solución. Porque involucra tanto a quienes intentan romper con el régimen actual a como dé lugar como a quienes entienden las cosas de otra manera y le temen al advenimiento de políticas de corte netamente conservador. Por lo pronto, ayer Caracas lució "tranquila".