El partido del corazón ya se palpita. Canallas y leprosos se verán las caras el sábado en el Gigante y escribirán otro capítulo del clásico más sanguíneo del país. Ya no hay tiempo para preservar a los lesionados ni para adelantar la quinta amarilla que asegure la presencia de algún jugador. A partir de hoy se terminan las especulaciones a futuro y en ambos campamentos debe haber una sola premisa: armar el equipo más competitivo posible para estar a la altura de las circunstancias y regalarles a los rosarinos el duelo deportivo que se merecen. Si hay empate que no sea premeditado. Es casi una ingenuidad recordar que cuando chocan auriazules y rojinegros lo supremo es vencer al archirrival, sin importar merecimientos o razones lógicas. Y esta vez no debería ser la excepción. Que sea en paz, que haya goles y que la urgencia de no perder no imponga el miedo escénico.































