Está registrada la inscripción en dos GP de un auto enteramente construido en el país. Hace 45 años no pudo debutar, pero el Mago de Alta Gracia marcó un hito en la industria nacional
Está registrada la inscripción en dos GP de un auto enteramente construido en el país. Hace 45 años no pudo debutar, pero el Mago de Alta Gracia marcó un hito en la industria nacional
Era noviembre de 1974 en San Pablo. Con la presencia del mismo presidente de Brasil, Ernesto Geisel, y del campeón del mundo Emerson Fittipaldi, el primer Fórmula 1 enteramente brasileño, y latinoamericano, era presentado en sociedad. Con ese auto su hermano Wilson, verdadero gestor del proyecto, debutaría en el Gran Premio de Argentina, la prueba que abriría el campeonato mundial de 1975, con la idea de que lo conduciera el propio Emerson en 1977, proyecto que se adelantaría un año. Fue todo un acontecimiento, un orgullo para un país que recién con ese apellido había llegado a lo más alto del deporte motor, con los títulos conseguidos en 1972 y 1974, a bordo de un Lotus primero y de un McLaren después. Sólo Chico Landi fue la marca del país vecino a fines de los 50 como piloto y el GP recién tendría su primera versión oficial en 1973, luego de que Carlos Reutemann ganara en Interlagos en el 72, en la prueba sin puntaje que oficiaría de presentación. Además, después de que el Estado evitara inmiscuirse, fue la cooperativa azucarera paulista, la Copersucar que generaba el 50 por ciento del producido en todo el territorio, la que pondría el dinero y hasta se quedaría con el nombre de este histórico equipo.
Mientras, Argentina tenía una marca indeleble en la categoría más importante del automovilismo mundial desde sus inicios, luego de los 5 títulos mundiales de Fangio y de los triunfos de Froilán González, el primero de ellos fue el primero nada menos que de Ferrari en la F-1. Toda una política de Perón apoyaba la inserción del país en el mundo a través del deporte, pero con su derrocamiento en el 55 y el retiro del balcarceño en 1958 se perdió presencia en toda la década del 60 y recién con el proyecto del ACA a principios de la década del 70, con apoyo estatal, volvería el brillo de la mano del Lole.
En ese penúltimo mes del año 74, Fittipaldi acababa de consagrarse por segunda vez campeón y Reutemann cerraba el año con las primeras tres victorias y el 6º puesto en el campeonato. Y mientras en Brasil con bombos y platillos se presentaba el Copersucar, sin igual apoyo pero con el mismo entusiasmo de Fittipaldi, en los talleres de Alta Gracia, Oreste Berta le daba forma a un sueño similar: el del primer auto construido en Argentina para la Fórmula 1 internacional. Semejante emprendimiento, hoy imposible de imaginar, vio la luz y hasta fue superador al del brasileño, ya que el Mago nacido en Rafaela había fabricado un motor propio V8. Sí, el motor también era nacional, a diferencia del de su vecino, que usaría un Cosworth. Una locura. Y aunque la escasez de inversión impidió finalmente que el auto llegara a correr, las estadísticas históricas de la F-1 dirán que el Berta LR-1 fue inscripto para participar de los GP de Argentina y Brasil de 1975, con su piloto Néstor Jesús García Veiga, que lo probó reiteradamente.
Es decir, de haber superado los inconvenientes de las semanas previas, Argentina y Brasil hubieran coincidido en hacer debutar autos de F-1 de fabricación nacional ese 12 de enero de 1975 en el dibujo largo del Oscar y Juan Gálvez de Buenos Aires, entonces denominado 17 de Octubre. Pero el Berta LR (por las iniciales del diario La Razón, de los Peralta Ramos, que siempre apoyó al Mago de Alta Gracia e impulsó este emprendimiento hasta la construcción del motor) número 29 nunca pudo rodar en una jornada oficial del Gran Premio que se llevaría Fittipaldi, mientras Wilson, con el 30 en los laterales, abandonaba con el Cosworth destruido e incendiado.
Precisamente, el motor fue el talón de Aquiles del proyecto. Berta había construido el chasis para hacerlo debutar en la poderosa Fórmula 5000 de EEUU, también bajo el mando de García Veiga y en la estructura de otro argentino, Francisco Mir, pero tampoco llegó a competir ese año, aunque sí lo haría al año siguiente, ya abortado el proyecto F-1, en dos carreras, una con el Loco Di Palma al volante y la última con el estadounidense Rick Mears, que llegó a liderar la competencia.
Berta mutó del proyecto de F-5000 (con un motor Chevrolet Bolthoff de 5 litros) al de F-1 y viceversa. Y puso en pista en Buenos Aires a mediados de diciembre de 1974 al primer y único Fórmula 1 argentino de toda la historia, sin el aporte estatal que le habían prometido y con una inversión propia que lo llevó prácticamente a hipotecar su empresa, persiguiendo un sueño del que esperaba se contagie todo un país, como en Brasil con el Copersucar. Pero no fue así.
El LR número 29 no llegó a disputar el GP argentino ni el siguiente en Brasil dos semanas después. Problemas insalvables en el motor lo relegaron. En esas pruebas se rompieron cuatro y aunque Oreste probó cambiar los pistones por unos traídos de EEUU, y hasta cambiar el aceite por el sintético Elf que usaban los Tyrrell, no hubo caso. Se dijo que el chasis no estaba preparado para las vibraciones de la potencia del impulsor, aunque el propio Mago confesaría tiempo después que tardaron mucho en descubrir el defecto y que se trató de una pieza defectuosa que, como todas, era de proveedores nacionales. En la semana previa al Grand Prix un empresario privado ofreció comprarle un Cosworth y el mismo Wilson Fittipaldi también dispuso uno a modo de préstamo, con la condición de que se hiciera cargo en caso de rotura. A esa altura, y aunque sonaba tentador, Berta usó el sentido común, ya no había tiempo para mucho más y desistió de participar.
El Mago es la referencia automovilística del país, aunque ya no se pasee por la Fortaleza de Alta Gracia y se dedique a cuidar animales. Marcó hitos imborrables, como la excursión hazañosa con los Torino en las 84 Horas de Nürburgring del 69, y antes la irrupción de las Liebre para apabullar en el TC y dar por terminada la era de las cupecitas. También con su proyecto de Sport Prototipos, donde nació el sello Berta LR, que luego buscaría su cauce internacional en la Fórmula 5000 y, sobre todo, en la Fórmula 1. No pudo ser, pero su sueño fue el de llevar adelante las bondades de una industria nacional a la altura de la tecnología mundial de entonces, y aunque no corrió GP lo logró porque puso un auto de punta en pista, con todo hecho en el país. Con más aporte, con más visionarios como él, hubiera tenido otro destino.