La nueva AFA cumplió un año de gestión. Los nuevos viejos dirigentes llegaron al poder con los cuestionamientos duros al grondonismo del cual formaron parte. Y con las críticas descarnadas a la Comisión Normalizadora a la cual intentaron condicionar. Arribaron con una precaria oratoria prometiendo la construcción de una revolución organizativa. Que terminara con el delivery de privilegios de don Julio y de los interminables cabildeos de don Armando Pérez. Si todavía parecen escucharse los ecos de aquellas palabras de asunción cuando hilvanaban el pensamiento de que "la organización era la mejor herramienta para terminar con las suspicacias". Claro, omitieron afirmar que para ello era indispensable que los sospechosos de siempre no estuvieran en la conducción.
¿Entonces en un año nada cambió?
Sí, cambió. El fútbol argentino está peor.
Y está peor porque en todo este tiempo se potenció la concentración de poder de los denominados clubes grandes, donde la torpeza o la impunidad de ciertos movimientos lo hacen más visible.
Porque es cierto que Grondona fue el autor de todo lo bueno y de todo lo malo durante su legendaria administración, pero también es verdad que con su estilo personalista y pendular actuaba como un dique de contención de los embates de los poderosos que pugnaban por sacar la ventaja. En esa época, cuestionable también por cierto, los títulos se fueron alternando entre varios clubes para los que hoy sería una quimera salir campeón en este nuevo orden.
Superliga funcional
Sería injusto no reconocer que la nueva administración no provocó cambios en la organización del fútbol. Porque creó la Superliga. Un boceto pretencioso de autonomía para el fútbol de primera división, que hasta ahora, a casi un año de su implementación, exhibe como único logro la programación de un fixture de partidos con debida anticipación, aunque todavía no pudo prescindir de los cambios que imponen cuestiones de seguridad, entre otros aspectos.
Todo lo demás aún no difiere demasiado de lo que lo antecedió. Por eso queda expuesta a la obscenidad de las presiones que se ejercen desde afuera para que la competencia sea maleable.
Días atrás un árbitro reconocía el condicionamiento que sentía cuando debía entrar al campo de juego, porque cualquier fallo suyo que favoreciera o perjudicara a Boca o a River lo depositaría en la hoguera, a tal punto que le podría significar ser parado aunque para ello hayan tenido que revisar la decisión unas cien veces.
Un claro ejemplo de esto fue lo que protagonizó el árbitro Facundo Tello en La Plata, quien por un error de procedimiento y declaraciones contradictorias se convirtió en el eje de la polémica al suspender el partido entre Gimnasia y Boca en la mañana del domingo. Es cierto que la determinación favoreció los tiempos xeneizes, como también es verdad que las condiciones del campo no permitían jugar.
Pero las dudas de Tello y las actitudes de los directivos de Boca sólo alimentaron aún más las suspicacias.
Como también ocurre ahora con la rigurosidad que quiere exhibir la Superliga en el cumplimiento de un reglamento que sabe de antemano que es inviable.
De balances y licencias
Ahí andan San Lorenzo y Newell's tratando de cumplimentar la presentación de los balances para evitar sanciones, pero el reglamento para el otorgamiento de licencias es más amplio que eso.
El nuevo régimen de licenciamiento subraya que será fundamental no tener deudas vencidas y que todos los contratos estén al día. Se plantea como trascendente promover la transparencia en la propiedad y control de los clubes mediante el tan mentado fair play financiero, mejorar la capacidad económica y financiera de cada entidad, fomentar la inversión en infraestructura, contar con estadios y campos de entrenamiento, incentivar el desarrollo de las divisiones juveniles, elevar el nivel del profesionalismo en la administración contable, jurídica y general en cada institución. Exige la necesidad de contar con las divisiones inferiores con sus respectivos profesionales técnicos y médicos, un campo de entrenamiento con las instalaciones adecuadas, seguro médico para todos los futbolistas de las diferentes divisiones, un equipo de futsal, un equipo de fútbol playa, un equipo de fútbol femenino, un gerente general, un director de marketing y también un responsable de prensa.
En cuanto al estadio, el régimen de otorgamiento de licencias para clubes impone un estadio propio o el contrato de alquiler no inferior a dos años de duración, poniendo como condición la existencia de un generador de electricidad, una sala de control antidóping, salas de primeros auxilios como así los sectores exclusivos para la prensa y espacios delimitados y seguros para el equipo visitante y sus simpatizantes.
Si se revisa esto, se concluye que actualmente varios clubes no podrían jugar en primera.
Es por eso que el juez Fabián Bellizia tiene razón cuando dice que los reglamentos de AFA y Superliga son inconstitucionales, y por ende inviables en varios aspectos.
Es que el fútbol debe estar en el contexto de una sociedad más justa, ecuánime y equilibrada, porque así en la vida como en el deporte, existe un enorme hartazgo de que los poderosos hagan sus diferencias con el esfuerzo de todos sin importarle la legitimidad de los dividendos.
Así las cosas, el fútbol se rompe.