Partido cerrado. Hermético. Mucha lucha. Poco espacio. Bastante marca. Escaso riesgo. Confrontación equilibrada. Estilos contrapuestos. Uno intenta. El otro resiste. El albiceleste edifica. El celeste demuele. El ingenio avanza. La razón aguanta. La paciencia tiene una lucha sin cuartel con la ansiedad. Pero algo irrumpe. Y rompe. Es que Argentina tiene un Angel. También un Mesías. Minuto 65. Di María mete desde la izquierda una pelota a las entrañas del área y allí, Messi, sí, él, la empuja al fondo de la red. Y allí comienza el cierre de una pelea dura. Pero que desde ese tanto se resolvió de una manera inusitada. Porque esa conquista rosarina fue el origen de un final impensado. Es que en sólo 14 minutos Argentina noqueó a un Uruguay que hasta ahí había hecho gala de una defensa férrea. A tal punto que una goleada era el puerto utopía para el conjunto de Sabella.