Todo concluye al fin. Una gran recepción, a la altura de los merecimientos. La coronación con el título de campeón. Y la gran explosión del final. El objetivo estaba cumplido, pero todos querían ser campeones. Lo merecían. Los de afuera y los de adentro. Por supuesto, la bandera “Perdón Russo” volvió a estar. No es una apostilla repetida. Es todo un símbolo de tantos vaivenes, de un inmenso sufrimiento absorbido. De años de frustraciones y festejos atragantados que casi se devoran otra temporada. Para Central los 90 minutos ante Deportivo Merlo no se enmarcaron en un partido más. Se trató de un mojón en su historia. Ahora la obligación es aprender de la lección. Porque de nada habrá servido el regreso si no se hacen las anotaciones correspondientes. Hasta ese título que se planteó como segundo objetivo y se terminó logrando con otro gol importante de Javier Toledo formó parte de una historia adyacente, de un condimento extra que sólo sirvió para potenciar el ego. Lo realmente importante ya había ocurrido varias fechas atrás. Se coronó en aquella jornada de Jujuy, con los goles del mismo protagonista: Toledo. Esta despedida del equipo ante su gente representa la partida de una divisional que durante tres años martirizó a hinchas, dirigentes, entrenadores y jugadores. A cualquiera de ellos que se lo consulte dirá que anhela que haya sido un adiós. No se admite otra despedida.
Fueron 116 partidos (los 114 de los 3 torneos y los 2 de la promoción frente a San Martín de San Juan). Demasiados para la grandeza de la que todos hacen alarde. Y es a partir de ahí desde donde deben pararse para recordar el pasado, pero sobre todo para proyectar el futuro.
Fueron seis entrenadores. Merlo, Rivoira, Palma, Lanzidei (dirigió un partido), Pizzi y Russo los que lo intentaron y sólo el último logró llevar a Central a su hábitat natural.
Fueron muchos jugadores. Algunos dejaron huellas. Otros, la mayoría, formaron parte de una búsqueda incesante del objetivo que se concretó después de tres años. Que fueron demasiados. Porque aquel anhelo del rápido regreso a primera división sufrió dos cachetazos importantes. Hiriendo el sentimiento de grandeza de una manera despiadada, casi sin anestesia.
Fueron partículas de una estructura que sufrió también la contaminación de un sinfín de errores por parte de la dirigencia, amén de los atenuantes (seguramente muchos de ellos valederos) que quieran exponerse.
Esos son los verdaderos argumentos por los cuales hoy todos pueden golpearse el pecho por el solo hecho de volver a ser. Por ponerle coto a esa rutina que incluyó el tránsito de miles de kilómetros para visitar canchas a las que Central no estaba acostumbrado, pero que durante tres largos años formaron parte de su entorno. Adiós a ese peregrinar también.
La historia no se puede cambiar, pero hoy ya se utiliza otra pluma. Se hará con la necesidad de tener ese pasado reciente entre ceja y ceja para no tropezar con la misma piedra. También, con la obligación de valerse de ese aprendizaje.
Esos jugadores que anoche se dieron el gusto de cerrar la temporada con el título tras ganarle 1 a 0 al ahora descendido Deportivo Merlo, ese amigo fiel de Arroyito llamado Miguel Angel Russo que llegó otra vez en épocas de vacas flacas y ensanchó aún más su espalda, fueron quienes plantaron un nuevo mojón que cambió angustia por alivio, que hizo que la opacidad que se había hecho carne en la historia canalla desapareciera.
Si hay algo en lo que hoy vale hacer hincapié es en el hecho de que Central dio vuelta la última página de un capítulo de sinsabores, donde no hay lugar para el hasta luego ni hasta siempre. Esta despedida de la B Nacional debe escribirse con un ADIOS tal cual se escribe, con mayúsculas.