Odisea en un tranvía un día de carnaval. Sin más escafandra salvadora que un paraguas "antidiluviano", comencé mi aventura carnavalesca subiéndome a un tranvía de la línea 2 en la esquina de Oroño y Tucumán. A poco de andar, me llamó la atención que estuvieran bajadas las pequeñas cristaleras de los laterales, pero el guarda, al ver mi cara de preocupación, me dijo en perfecto vocabulario náutico: "Llevo las escotillas abiertas para la ventilación. Tenga usted confianza, señor: aquí no mojan". La primera cuadra se hizo sin mayores contratiempos: el motorman marcó en el regulador los siete puntos, mientras el público disperso en las veredas se entretenía escuchando las mil barbaridades que decía un borracho disfrazado de payaso. Pero en la esquina de Alvear y Catamarca una turba de muchachos había colocado una gran cantidad de adoquines sobre la vía, lo que hizo que el guarda exclamara: "Hemos varado. Escollos a la vista". No tuvo tiempo el hombre de bajarse para quitar los obstáculos del camino cuando un inmenso chubasco invadió el coche y lo obligó a una nueva voz de mando con sabor marino: "¡Agua por estribor!". Como pudimos salimos de esa situación, y notamos que en la trayectoria comprendida desde ese punto hasta la estación Sunchales se jugaba con agua de forma escandalosa. Hubo parajes en que el guarda, atemorizado, gritaba: "¡Tifón a la vista!", y los pasajeros, de pie porque los asientos estaban totalmente empapados, nos apretábamos unos contra otros como sardina en canasta. Ya en la estación quisimos bajar del tranvía pero vimos que se acercaba un grupo de personas con amenazantes baldes con agua, por lo que le pedimos a un vigilante que se encontraba por allí que nos ayudara. Pero el policía sólo atinó a decir: "Señores, abran el paraguas", antes que una multitud de baldazos le echara por tierra el casco y hasta su propia humanidad. (1909)