Si hay postizos, que no se note. Cuando se entra en una gran reunión mundana, queda uno deslumbrado del eclecticismo y de lo esmerado de la moda actual. El arte en la "toilette" es cada vez más delicado, como lo demuestran los modernos vestidos que modelan tan deliciosamente las líneas esbeltas del cuerpo femenino sin dejar adivinar ningún postizo por debajo. El corsé también parece haber abandonado el vestuario, mientras que en realidad sigue existiendo pero bajo otra forma: está reemplazado por la faja de seda, que ciñe las caderas mucho mejor que lo que el corsé más perfecto del mundo hubiera podido conseguir. Del mismo modo, el nuevo peinado de moda exige mayor cantidad de postizos, lo que sólo conseguiremos yendo a la casa de algún renombrado peluquero. Luego, hoy por hoy, una señora verdaderamente elegante ya no puede ser más morena: la moda sólo encuentra bonito el cabello rubio. Así, si queremos seguir también esa moda es menester que nos tiñamos el cabello de rubio, para lo que tenemos que quitarnos el color de nuestro pelo por medio del oxígeno o por otro sistema más nuevo. El problema es que con un color de cabello tan claro, nuestro cutis resultaría demasiado moreno, por lo que nos vemos obligadas a ponerlo más blanco y más radiante empleando todos los medios cosméticos necesarios a nuestro alcance. Muchas mujeres rechazarán la idea de estos artificios que les infunden horror, pero que sin embargo son empleados en nuestros días por muchas mujeres mundanas. Y, además, los historiadores nos enseñan que en todos los tiempos el sexo femenino ha usado estos medios artificiales para corregir la naturaleza o reparar el inevitable estrago de los años. Tampoco hay que rechazar la posibilidad de unos buenos masajes para nuestro cutis, arte que ya era conocido de las mujeres en Caldea tres o cuatro mil años antes del nacimiento de Jesucristo. (1910)


























