Carne de presidio. Por todas las calles de la ciudad se puede ver el lamentable espectáculo de patrullas de menores pululando en la vagancia, corrompiéndose en el vicio y molestando a los transeúntes y vecinos con sus palabras y juegos incultos. Esto ha venido a confirmar nuestras aseveraciones anteriores sobre la vagancia infantil y ya sea porque hay numerosos padres desnaturalizados a quienes el porvenir de sus hijos no les importa nada o porque haya muchos hijos sin padres, el caso es que los menores callejeros y vagabundos aumentan en vez de disminuir de manera notable. Las consecuencias de ese abandono de las criaturas a tan temprana edad no puede ser de más funestas consecuencias para el porvenir, pues examínense los antecedentes de todos esos desgraciados que forman el mundo de la alta y baja trampa, verdadera carne de presidio, y se verá que la mayoría ha salido del arroyo, que es la escuela donde se envenenan los sentimientos y el alma por la emulación. La vagancia infiantil asume pues en el Rosario caracteres alarmantes; basta para convencerse de ello observar las calles desde un coche o un tranvía para cerciorarse de la veracidad de nuestro aserto. Y en esta emergencia nadie mejor que las autoridades puede obrar con eficacia organizando batidas que junto con la detención provisoria de los niños vagos de por resultado el conocer quiénes son esos jefes de familia tan despreocupados que exponen a sus hijos al contacto impuro de las malas compañías. Existe también una legislación escolar que obliga a los padres a enviar a sus hijos a la escuela en determinada edad, y nada mejor entonces que hacer cumplir esa ley rigurosamente, aplicando con mano firme las penas que ella establece para cada infracción. Así también se evitaría que esos niños terminaran en cárceles o correccionales que, como todo el mundo sabe, no son otra cosa que antesalas del patíbulo. (1908)