Los chicos de las grandes ciudades. Para los que disfrutan del sol, del aire y de espacio para moverse, les sonará extraño que en las grandes ciudades yanquis los candidatos políticos prometan establecer parques públicos en los que los niños pobres puedan ir a respirar y salones de recreo en los que se les enseñe a jugar. Pero es así. Hay niños que no lo han sido nunca y que de la vida sólo han probado la amargura; niños que tienen padres pero que carecen de hogar y que se cargan de deberes cuando los otros de su edad todavía no piensan en nada, Para ellos comienza pronto la existencia y antes de llegar a la pubertad ya han envejecido. Si niñas, son las madrecitas de sus hermanos menores; si varones, desde que comienzan a andar deben llevar su contribución a la casa. De estos niños se llenan los hospitales, los cementerios, los hospicios y los correccionales. La primera atención que tuvo el Estado para con ellos fue el beneficio de la instrucción, y la segunda proteger su desarrollo impidiendo que lo estorbe el trabajo prematuro. Pero uno de los mayores problemas estriba en que cuando el padre se va al taller y la mujer se va a ocupaciones domésticas, la prole se cría sola o es entregada a cuidados mercenarios. Se pensó en salvarles las vidas, pero no en darles felicidad. Sin embargo, poco a poco se ha llegado a entender que, para que sean fuertes, además de instruirlos es necesario que los niños jueguen y que tengan lugares apropiados para recreo y ejercicios al aire libre. Por esto, en varias ciudades norteamericanas se instruye a niños y adolescentes en entretenimientos sociales. En el verano, las azoteas de muchas escuelas se convierten en salones de tertulias y de bailes, y en invierno las salas principales acojen a todos los desheredados que carecen de hogar y así los alejan de la ociosidad y de los vicios. (1909)


























