Triste epílogo de carnaval. Desde que se inició el carnaval, la brigada de carros basureros recoje las serpentinas en la vía pública y las lleva a un corralón, donde después de tener una buena cantidad almacenada les prende fuego. En ese lugar, cuya puerta abierta generalmente no impide el acceso de los extraños, se habían recogido los niños Ceferino Sancho, español de 12 años de edad, y José Raimundo, también de 12, argentino y huérfano. Ambos llegaron seguramente después de la celebración del corso y, rendidos, se recostaron sobre un gran montón de serpentina hasta quedarse profundamente dormidos. Los encargados de la limpieza concluyeron de acarrear los despojos del carnaval y después de formar una gran montaña de papel de color, sin apercibirse de que allí había dos niños dormidos, incendiarion la parva. A los pocos minutos se formó una descomunal hoguera y en ese momento se sintieron grandes gritos de dolor y desgarradores ayes. Hubo un instante de indecisión, de temor: nadie podía adivinar de dónde procedían los gritos, hasta que un par de encargados se abrió paso decididamente hacia el centro mismo del fuego separando a manotazos las serpentinas y extrajeron a las desgraciadas criaturas del lecho de muerte donde se encontraban. Un minuto más y hubieran perecido entre las llamas. En seguida dieron aviso a la policía y la ambulancia trasladó a los quemados a la sala de primeros auxilios, donde fueron curados de primera intención. Raimundo era el que ofrecía un aspecto más lastimoso, horripilante. Todo su cuerpo era una llaga viva y había perdido la piel, por lo que falleció a las dos horas de llegar al hospital municipal. Sancho, no obstante encontrarse sumamente delicado, con quemaduras de segundo y tercer grado, es posible que logre salvarse. La policía instruye el sumario de práctica a fin de depurar responsabilidades en este tristísimo epílogo de carnaval. (1910)