La Biblia junto al calefón. Los comerciantes al por menor que no están organizados en gremios, son una clase aparte de los fieles que rinden homenaje al dios Mercurio. En esta clase se cuentan los cambalacheros, cuyo negocio, aunque honrado y productivo, es merecedor de las más severas tachas, hasta el punto que la palabra "cambalache" se ha hecho sinónimo de "desaseo". En el Rosario ya viene dejándose sentir el establecimiento de numerosas tienditas de esta especie, y cuyo solo aspecto ofende la vista. Nos referimos, pues, a esos negocios de compraventa donde una multitud de objetos de diferente especie, color y figura se hacinan en un orden caprichoso; objetos que se vienen amontonando en los rincones, en las vidrieras, en los mostradores; pendientes de los techos y de las puertas en una confusión carnavalesca, sufriendo la acción del tiempo, de la humedad y del polvo. En esos baratillos, las cuchillas y los cuchillos, los sacos para hombres y las sacas para guardar objetos, los tiros de revólver y las tiras de trapos, en fin, todo, se encuentra en un desconcierto higiénico. Aparte de esto, en la venta de ropas se comete una falta grave: se recibe de cualquier sujeto un saco usado, por ejemplo, y luego se lo plancha y se expone a la venta, pero nadie garantiza que el comprador no vaya a ser víctima de algún contagio de una enfermedad grave proveniente del primitivo dueño de esa prenda. Por esto, los baratillos deben ser establecimientos de venta al por menor pero limpios, ordenados y sujetos a vigilancia de limpieza. Es una necesidad que se impone la de que intervenga la inspección de higiene en la manera cómo se desenvuelven los cambalacheros, pues como lo hacen actualmente no sólo tienen en sus establecimientos focos de infección en que las ratas y los bichos hacen de agentes de contagio, sino que, en general, atentan contra la salud pública, el ornato y la decencia. (1910)