El monstruo. Hemos oído hasta el cansancio expresiones como "escribir para el público", "el público lo dice", "el público lo exige", pero ¿quién es el público y dónde se lo encuentra? Hasta tal punto nos meten esta idea en la cabeza que, cuando agarramos la pluma para escribir un artículo, "el público" se nos presenta como un monstruo horrible que aguza sus garras para destruirnos a la primera perogrullada que dejemos caer en el papel. Así, cuando somos jóvenes firmamos nuestras notas con mano temblorosa, pensando que si ese público tuviera forma real ya haría rato que nos hubiera expulsado del mundo de los escritores. Pero con el debido respeto que le debemos todos aquellos que dependemos de él, podemos decir que llega una época en que al escribir ya no se piensa en esa entidad. Se redacta un artículo, se escribe un cuento o se esboza una impresión pensando en que la van a leer cuatro o cinco personas, o a veces una sola, una sola persona para la que escribimos con mucho más amor y cariño que para mil. Sólo aparentemente escribimos para el "público", porque en realidad el alma de lo que hacemos está dirigida a una persona determinada. Hay veces que una frase feliz y amable, dicha como al pasar, tiene en verdad como destinataria a una mujer, y hasta se pueden encontrar artículos enteros en las columnas de los diarios que son toda una confesión íntima de amor, aunque disimulada. Nuestros mejores artículos, a no dudarlo, han sido escritos también gracias a una íntima y personal intuición. En resúmen: escribimos para el público, el monstruo, pero detrás de eso somos dulcemente egoístas, reservándonos el alma de nuestros pobres escritos para algunas personas en especial, que no son muchas, que por lo general es sólo una. Que puede ser él, como en el caso del escritor Pedro Loti que escribía para Alfonso Daudet, o que puede ser ella, en otros casos... (1909)