El viernes pasado el Tribunal Oral Federal de Tucumán absolvió al ex jefe del Ejército César Milani por el caso del soldado Ledo. Hace tres años y medio al asumir la defensa de Milani en ese juicio dije que lo hacía porque tenía el convencimiento de que Milani era inocente, y aclaré también que de no tener ese convencimiento no hubiera tomado su defensa.
No solo las constancias de la causa, que repasé varias veces, y la versión de Milani me dieron ese convencimiento; la conducta aviesa y aleve de muchos actores mediáticos, políticos y judiciales confirmaron esa verdad.
El tema tiene dos caras, una trágica, irremontable: la desaparición hasta el día de hoy de Alberto Ledo y de otros 126 conscriptos desde marzo del 76 a diciembre del 83; la otra, la conjura contra Milani y el Estado de Derecho, demostrativa de la miseria y la abyección de expresiones significativas de la sociedad argentina.
Las dos absoluciones de Milani, La Rioja y Tucumán, tienen dos características en común: la inexistencia total de prueba incriminante, y la tarea sistemática de algunos operadores mediáticos y políticos para aprovechar la permeabilidad de buena parte del Poder Judicial de la Nación.
La famosa "acta" de deserción nunca fue tal, se trata de una fotocopia, una fotocopia simple, inidónea para condenar a nadie por nada. El supuesto encubrimiento era de comisión imposible, en junio de 1976 era impensable que un subteniente supiera del plan criminal general y del plan criminal específico para la supresión de libertad de los conscriptos.
Documentos y pruebas que dan cuenta de la participación de Inteligencia del Ejército en la privación de libertad de los conscriptos fueron presentados en Tucumán apenas asumí la defensa en 2016, se planteó una verdadera hipótesis de investigación que el fiscal Brito denegó sistemáticamente y el juez Poviña cómodamente ignoró.
Los casos de Milani terminan de desnudar una característica desgraciada y deleznable de buena parte de la magistratura federal, su camaleonismo y falta de escrúpulos. Seguramente, terminado este régimen habrá una revisión general de esa conducta lesiva para la República y un replanteo de su funcionamiento para lo que sigue.
El juicio de Milani en Tucumán y su absolución demuestran que el crimen perfecto no es aquel que queda impune si no aquel cuya pena recae en un inocente.