"Miguel Lifschitz es un tipo agradable en el mano a mano, pero se va de acá y nos mata por los medios", salta una voz autorizada desde la Casa Rosada. "¿Yo los mato? Jamás lo hice. ¿Entonces que les queda decir de (José Luis) Gioja, (Sergio) Massa y (Elisa) Carrió", se le escucha al gobernador. Es viernes, se termina el atardecer. Hay tensión en el ambiente.
Mauricio Macri rompió su habitual cuidado discursivo para hablar de los gobernadores y le endilgó a Lifschitz ser "el que tiene menos vocación para coordinar y trabajar en equipo". Para que quede en claro que sus dichos a Canal 3 no fueron producto del "estrés y el cansancio", tal lo como le endilgó la diputada Alicia Ciciliani, apareció en una FM (Radiofónica) para arrojar sal en la herida, acusando al gobernador de no haberse sacado "el chip del kirchnerismo".
La relación entre macrismo y socialismo nació malherida como consecuencia del estrés postraumático de los comicios que le dieron la victoria a Lifschitz sobre el PRO por una diferencia mínima, tras una saga de acusaciones interminables. Continuó con la comedia de enredos en que se transformó el capítulo santafesino de la fuga de los hermanos Lanatta y Víctor Schillaci. Se extendió con una batería de críticas de funcionarios del Frente Progresista a las medidas económicas. Y explotó ahora
La anormalidad política. En un país normal, no debería generar semejante sacudón político el cruce de opiniones sobre la marcha de un gobierno, máxime cuando se produce entre dos vectores ideológicos diferentes. Pero, "esto sí que es Argentina", cantaba Luca Prodan.
En el gobierno, el malestar presidencial se hizo visible en enero. "Mauricio no lo quería invitar a Lifschitz a la primera reunión de gobernadores, pero lo convencimos de que eso era una locura", le confió a La Capital un funcionario nacional en Balcarce 50. La relación fue y vino, tuvo sus altas y bajas, hasta que sucedió un episodio que volvió a generar urticaria en la piel presidencial. "(Marcos) Peña lo llamó a Miguel para que apoyara el tarifazo del gas y, casi en el mismo momento, un comunicado del Partido Socialista convocó a estar en alerta por el plan económico", cuenta un informante.
Lifschitz no niega ese llamado, pero recuerda que puso la cara más de una vez para no desairar al Ejecutivo. Además, a su lado, no creen demasiado en la argumentación nacional. "¿En medio de semejante tarifazo, a quién le puede importar en el gobierno un comunicado del PS?", replican.
Sorprendido por la virulencia de los dichos de Macri y la salida en cadena de segundas líneas del gobierno, en la Casa Gris consideran que hay una motivación política para forzar un definición del radicalismo santafesino, con afecttio societatis mezclado entre el PRO y el Frente Progresista.
"Los radicales se tienen que definir. Pero el presidente no se mete en esas internas. El siente que el diálogo en el mano a mano con Lifschitz es agradable, pero después el gobernador se transforma sin razón", vocea el funcionario al que tuvo acceso este diario, que luego dedica un tiempo a reseñar proyectos y aportes del gobierno nacional para Santa Fe.
A primera vista, los cortocircuitos no caen nada bien entre los santafesinos. Según una encuesta reservada que da vueltas por los despachos de la Gobernación, el 88 por ciento de los consultados quiere que ambos Estados trabajen juntos. El 64 por ciento de todo el universo también prefiere que las autoridades provinciales defiendan los intereses de Santa Fe.
En el socialismo también son conscientes de que Macri los subió al ring y le dio visibilidad a Lifschitz. En el partido de la rosa sobran ganas de continuar una pelea dialéctica. "No somos ni PRO ni K. Es injusto que el presidente diga que no hicimos nada contra el kirchnerismo. Hermes Binner denunció al gobierno ante la Corte por la coparticipación, en pleno mandato de Cristina", recuerda Antonio Bonfatti, con ganas de cruzar adjetivos y guantes. Pero el que tiene que gobernar, y convivir, es Lifschitz.
Lo que sobra es tiempo. Tras la sucesión de mandobles, el gran interrogante es saber si la escalada seguirá su curso hasta contaminar la relación. A Macri y a Lifschitz les quedan tres años y medio de convivencia, una eternidad en términos políticos. El gobierno nacional sabe de la trascendencia política, territorial y económica de Santa Fe. "No es lo mismo doblarnos la mano a nosotros que a gobernadores de provincias chicas", repiquetean cerca del ex intendente rosarino.
Observó Lifschitz que es toda una escena en sí misma ver el cambio de camiseta de varios gobernadores: "Eran obsecuentes con el kirchnerismo y siguen siéndolo ahora". En la última entrevista con este diario, hace exactamente 15 días, declaró: "Mantendré alguna posición crítica en determinadas cuestiones, pero acompañé proyectos muy importantes. Tendré una relación respetuosa, de trabajo y coordinación. Siempre encontrarán un opositor leal y respetuoso".
A menos de dos semanas de esas afirmaciones, el presidente lo acusó de "no asumir responsabilidades y echarle la culpa de todo al gobierno nacional". En ese contexto, el socialismo también observa un mensaje disciplinador de parte del líder del PRO.
"La relación se puede encauzar. Y si no mejora, no somos el kirchnerismo: vamos a darle a Santa Fe todo lo que le corresponde, pero queremos trabajar juntos", accede a narrar un estrechísimo colaborador de Macri. En la Casa Rosada saben que Lifschitz es el más dialoguista de los socialistas. "Pero que lo demuestre cuando está afuera del edificio", chicanea la fuente.
El punto más ruidoso de la guerra de los roces se produce en momentos en que el radicalismo debe definir su integración institucional a Cambiemos, en un encuentro que podría tener como protagonista al propio presidente. Una situación incómoda para no pocos radicales.
Por el lado del PRO, la conformación de la mesa ejecutiva del sello conjunto con los radicales también empieza a generar coletazos de pasillo. "No pueden quedarse afuera Miguel Del Sel y Anita Martínez, que tuvieron los votos. Y tampoco (Luciano) Laspina, que es el dirigente santafesino con mayor responsabilidad en el oficialismo", murmuró una referencia amarilla mientras regresaba a Rosario desde la ciudad de Buenos Aires.
Como corolario de una semana repleta de vibraciones, José Corral, les pidió a los socialistas, en una entrevista que publica hoy LaCapital, que se integren al eje oficialista nacional, algo que será leído en la vereda del PS más como chicana que como gentileza.
En el mismo momento, el presidente de la UCR rechazó la idea del gobierno provincial de convocar a una reforma constitucional. Justo en paralelo con la decisión de Lifschitz de instalar la modificación de la Constitución provincial.
Esas declaraciones pegarán un cimbronazo: el Ejecutivo logró hasta aquí un consenso inesperado con la oposición, pero los dichos de Corral le corren el arco.
Al fin, el segundo semestre aterrizó en Santa Fe sin lluvia de dólares, pero cargado de tormentas políticas.