En el monstruoso desorden que ocasionan noticias imprevistas, aún cuando con negación inefable las hayamos esperado mucho tiempo, es imposible pensar claro. Lo primero que sale es cuando en el 76, en el imperio de la noche más descarnada que vivía el país, se hablaba de ese pibe bajito que hacía malabarismo en el entretiempo en La Paternal. Hacia el 77 en la cancha de Argentinos los hinchas de todos los equipos se confundían en ese fenómeno raro, que era el destino de la procesión común de todos los colores, que iban a ver a un pibe que hacía cosas anormales. Cosas que de verdad nunca se habían visto.
Y era muy lindo eso. Porque se iba a mirar a alguien que había inventado otro modo de hacer equilibrio con la pelota y además se iba con alegría para a propósito de ese prodigio hablar de fútbol. Después del debut contra Talleres vino la racha de partidos con selecciones extranjeras previa al Mundial 78 en la Bombonera. En general entraba reemplazando a Valencia. Lo que hacía era increíble y tendría una cualidad perenne. Eran cosas que no podían contarse.
Con él pasaban cosas nuevas. A las 7 de la mañana en el Mundial de Japón en el 79 a los chicos del primario le daban hora libre cuando jugaba el juvenil. En el partido contra Indonesia apiló a cinco y la metió con un toque suave. Un defensor no esperó el final del partido: se arrodilló y le pidió la camiseta. Hizo entonces, hace 41 años, lo que toda la vida quisimos hacer todos.
Y pasó a Boca y lo revolcó a Fillol como un luchador de catch en una noche en el barro. Y fue al Mundial 82 y Bélgica en el partido inaugural ordenó seis jugadores para que lo tomaran. Y pasó al Barcelona donde una vez antes de meterla gambeteó dos veces de ida y vuelta al mismo central en el área chica. Y de México no diremos nada. Y del Napoli solamente mencionar el mensaje, después de la semana de locura del primer Scudetto de su historia, que una ciudad hermosa y postergada envió a sus muertos con una pintada en el muro del cementerio municipal. "No saben lo que se perdieron".
Y estuvo en Newell's al que recordó siempre amorosamente pese a jugar siete partidos con lo que tuvimos aquí su capítulo en Rosario. Y fue al Mundial 94 donde más que su despedida prematura nos quedaremos con la jugada a cinco toques de primera que terminó con un zurdazo a la red contra Grecia. También recordaremos los ramalazos de su prolongado eclipse, sus mancadas, sus arbitrariedades, sus vergüenzas que las sabemos y que no necesitamos cubrir con ningún barniz porque las mujeres y los hombres no somos una sola cosa.
Llamativa y descollante fue su increíble generosidad con jugadores que no le llegaban al tobillo pero a los que les dedicaba admiración expresiva y sincera. Una vez, antes de un partido jugando para el Sevilla, en la TV brasileña comentaba Rivelino, el delantero increíble del Brasil campeón del Mundial 70, tal vez uno de los mejores equipos de la historia. Antes del inicio le pusieron los auriculares y el brasileño lo saludó. "Rivelino...Rivelino...", le dijo con una sonrisa desarmada como la que los demás ponían cuando lo veían a él. "La zurda más linda del mundo, Rivelino usted sabe lo que soñé con parecerme a usted". El crack brasileño terminó la entrevista y dijo. "Tengo ganas de llorar".
Esa calidez, esa amorosa conciencia y ese respeto horizontal por todos sus colegas de oficio es algo que muy difícilmente alguien no le reconozca. En este día donde súbitamente ninguna otra cosa parece importar nada, lo que sabemos es que, con lo malo y con lo bueno, lo que se desvanece es la vida de un nombre, y un hombre, fundamental en la construcción simbólica de la Argentina. Lo que se marcha en esta súbita nube de vapor que nos envuelve es alguien que está en escenas acumuladas en lo que parecen millones de años de nuestra memoria. No se trata de adherir o recusar. No se necesita ser peronista para nunca olvidar el significado colectivo de la foto del soldado con su fusil llorando en el funeral de Perón. Esa dimensión emocional está también en Maradona. Ese torbellino de sensaciones indefinibles, esa gratitud imborrable. El amor con mayúsculas.