Si bien todos conocemos y nos preguntamos frecuentemente por las motivaciones
que tienen los hinchas de fútbol que por cuestiones de rivalidad se distancian de amistades,
provocan cismas familiares y, en algunas oportunidades, llegan a situaciones de violencia no
esperadas, es oportuno detenernos a reflexionar sobre las mismas, sobre todo cuando estos
fanatismos no sólo nos tocan de cerca, sino que además conmueven a nuestra ciudad por la eclosión
de actos de inusitada violencia.
Nos preguntamos: ¿cómo puede ser que personas que en otras circunstancias tienen
un comportamiento socialmente aceptable intervengan en manifestaciones enardecidas provocando
desmanes?
En la película de Campanella "El secreto de sus ojos", uno de los protagonistas
le dice a otro que la persona que es hincha de un club de fútbol no deja de serlo de por vida. Es
fácil observar que los padres suelen vestir con la camiseta de sus clubes a sus hijos casi desde la
cuna. Es más, podríamos afirmar que el hijo por venir, aún antes de ser concebido, ya tiene los
colores que alentará a lo largo de su existencia.
Podemos afirmar que "la camiseta" constituye un "bien" trasmitido de generación
en generación, de abuelos a padres, de padres a hijos, y es una herencia difícilmente renunciable.
Por supuesto que encontraremos excepciones, pero sólo serán pocos casos aislados. Si la elección
fuera posible, es lícito pensar que se dirigiría a unos pocos clubes de los llamados "grandes", que
militan en primera división y que son los que mayor satisfacción les han prodigado a sus
simpatizantes.
La criatura humana se estructura con los modelos que tiene a su alcance, y en
este proceso los padres tienen una importancia fundamental, decisiva, puesto que con su
intervención, cuidados y amor posibilitan la supervivencia y el desarrollo del hijo. A este
mecanismo de constitución del sujeto, el psicoanálisis lo denomina identificación, proceso que se
realiza de manera inconsciente, es decir, que el sujeto no sabe que se está constituyendo según un
modelo y tampoco cómo se realiza este proceso. Debemos agregar que esta estructuración se produce
en los primeros años de vida.
Por lo tanto, si el niño configura su identidad en la relación con sus padres,
la pertenencia de éstos a una institución deportiva que soporta una carga emocional importante de
los mismos, marcará a fuego la adhesión en el mejor de los casos o el fanatismo por su equipo. Por
supuesto que estas identificaciones son reforzadas cuando en el seno del hogar se escuchan los
partidos por radio o se miran por televisión con la inevitable ansiedad en espera del triunfo del
equipo y el sentimiento de alegría ante la victoria o frustración ante la derrota. Si esta
participación emocional es importante, cuánto más cuando los hijos concurren a los estadios con sus
padres, convirtiendo el espectáculo deportivo en un intercambio afectivo con los hijos.
Debemos tener en cuenta que la identificación con los progenitores incluirá
tanto su estilo personal como su forma de reaccionar ante los diversos estímulos emocionales. Por
ejemplo, en nuestro caso del fútbol, no es lo mismo para la futura conducta de los hijos que los
padres puedan contener sus emociones y las manifiesten de manera socialmente adecuada, que otros
padres que se desborden y no tengan límites para la expresión de las mismas. La ecuanimidad, la
mesura, la serenidad, la objetividad en la lectura de lo que ocurre en la cancha, es una conducta
que puede moderar la impulsividad del hijo, brindándole a éste un modelo donde impera el
pensamiento en desmedro de la pura descarga emocional.
La identificación con los padres, como constituyentes de la personalidad del
hijo, abarca también un amplio espectro de intereses que el hijo adquiere de ellos, por ejemplo, el
gusto por la lectura, por la música, por la práctica de deportes, por la pesca, por el cine, el
interés por la política, etcétera. Cuanto mayor sea la riqueza que pueda capitalizar en la relación
con los padres, cuantas más inquietudes, cuanta mayor diversidad de intereses, menos impacto
emocional podrá causar la frustración en alguno de ellos. Si el sujeto tiene pocos intereses
identificatorios, éstos se convierten en algo decisivo para su vida. Esto se refleja en los
escritos en las banderas o en los graffiti escritos en la vía pública: "Ñubel es mi vida", "Central
es lo más grande", "por vos doy la vida", "te sigo hasta la muerte", todas frases que indican una
excesiva y peligrosa adhesión que pasa a ser algo más que lo que es en realidad. Es así que se
convierte una afición tal como la pertenencia a un equipo de fútbol en algo de vida o muerte, pues
está en juego la identidad total del sujeto, lo que este es: soy leproso, soy canalla…
(*) Psicoanalista.
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