También la crisis le ha dado al relato en todo el rostro. Desde que empezaron a quebrar bancos
por las hipotecas subprime, hace ya de eso tres años, hemos dado por muerto al capitalismo, ha
regresado Keynes, hemos olido la apoteosis de la socialdemocracia pero la hemos visto hundirse
electoralmente, de nuevo hemos saludado a Hayek y al final ya no sabemos a qué atenernos. El único
relato que cuadra aquí sirve para asustar a los niños y es el de Caperucita Roja y el Lobo de los
mercados. En tiempos tan revueltos y dados al populismo como Estos puede colar y cuela, pero sirve
de bien poco para quienes desean obtener explicaciones públicas un poco más serias y consistentes.
Urge pues dotar de relato a esta crisis. Y esta urgencia es más pesada todavía para quienes
se han visto obligados a dar un giro de 180 grados, o un viraje en forma de U como se dice en
inglés, como le ha ocurrido a Zapatero. Anteayer se lo dijo con todas las letras José Luis de
Zárraga, a quien se le conoce como el gurú demoscópico o sociólogo de cabecera del presidente del
Gobierno. “Zapatero anunció las duras medidas de su plan de ajuste del gasto público sin
explicación alguna; enmudecido para su electorado, vino a la tribuna del Congreso a decir: esto es
lo que hay”.
El problema del gobierno socialista no surge de la dureza de la crisis; tampoco de su
obstinada ceguera ante su llegada; de su negacionismo no menos obstinado cuando se la ha encontrado
en la despensa royendo las provisiones; ni de su creencia supersticiosa en la repetición de
oraciones optimistas para conjurarla. Todas estas actitudes reprobables serían pecados veniales si
no estuvieran acompañadas de un pecado mortal de necesidad como es dejar sin explicación alguna a
tantos cambios de humor y a tantas decisiones contradictorias y a veces diametralmente opuestas y
capaces de neutralizarse unas a otras.
Ahora, al parecer, Zapatero ha empezado a hacer lo que debe hacer según los mercados y según
gran número de expertos e instituciones internacionales. Pero no terminará de completar su caída
del caballo mientras sea incapaz de encontrar una explicación coherente a tanto cambio y viraje,
que le convenza a él mismo, pueda convencer luego a sus compañeros de partido y de gobierno y sirva
luego para convencer a sus conciudadanos. Con esto no tendrá garantía alguna de resolver el
problema que le plantea Zárraga: “Si el único discurso que escuchan es el lúgubre de la
economía, los votantes se quedarán en casa”. Inventando incluso un relato convincente no está
claro a estas alturas que sirva para recuperarse en cuanto a expectativas electorales.
Pero hay más razones a favor del relato. Una política económica sin relato es una política
económica con escasa credibilidad. No basta con mostrar las tijeras y demostrar su habilidad para
utilizarlas, sino que hace falta además acompañar todo esto de una gran convicción y de una mayor
capacidad para transmitirla. Sin ellas el lobo de los mercados seguirá asaltando a las caperucitas
del cuento. También en esto ha sido aleccionado Zapatero por su consejero: “Cuanto peor es la
coyuntura económica, más indispensable es la política”.