Cómo no saludar con sincera satisfacción la multimillonaria obra en el Museo Castagnino, que sólo en su primera etapa —no sabemos cuántas más— insumirá más de 100 millones de pesos.
Cómo no saludar con sincera satisfacción la multimillonaria obra en el Museo Castagnino, que sólo en su primera etapa —no sabemos cuántas más— insumirá más de 100 millones de pesos.
Mucho menos satisfechos quedamos los discapacitados cuando, para visitar el agradable Museo de la Ciudad, debemos ingresar por atrás, como mercaderías, arriesgar accidentes por rampas internas inadecuadas y quedar totalmente al margen de la sala de proyecciones. Cuando el Anfiteatro Municipal es resumen de instalaciones humillantes. Cuando no existe estacionamiento que nos posibilite participar de las múltiples actividades que propone el Centro Cultural Fontanarrosa, o la Sala Lavardén, o el Macro. O asistir a funciones de El Cairo o el Monumental. Tampoco a proximidad del Teatro El Círculo, o la sala de la Fundación Astengo, por citar algunos centros culturales y recreativos.
¡No existen estacionamientos discapacitados en el Cemar y el Heca! El corredor Oroño, estelado de clínicas y sanatorios, no nos ofrece posibilidad alguna. Fuera de la Catedral, templos y comunidades religiosas son inaccesibles. Rarísimos los clubes y sus instalaciones.
Como los discapacitados tenemos reputación de gente resignada y pacífica, nadie ha previsto lugares para que estacionemos en Tribunales. Imposible para vehículo de persona discapacitada, aún cuando exhiba la cédula de libre estacionamiento, encontrar lugar en el microcentro: teóricamente estamos autorizados a ubicarnos sin cargo en los espacios medidos, pero como están permanentemente atiborrados y ninguna medida inteligente ha sido pensada, ese documento sirve sólo a certificar nuestra impotencia. Los inspectores de Tránsito actúan implacablemente cuando, por pocos minutos, nos vemos forzados a estacionar en alguno de los lugares de ascenso-descenso. Nada en Ansés, Pami calle San Lorenzo y la zona bancaria.
No dejemos de mencionar los baños adaptados, que cuando existen, conteniendo la urgencia, debemos circular preciosos minutos tratando de adivinar en qué oficina está custodiada la llave mágica. O el edificio dotado de elevador cuya operación depende de personaje inhallable. O la inexistencia de taxis adaptados (bastarían vehículos con puertas laterales corredizas). O las infaltables barreras arquitectónicas, presentes en gran número en edificios municipales, provinciales y nacionales rosarinos, incluyendo escuelas y colegios, públicos y privados.
El Concejo Municipal, autor de la Ordenanza 7277/2001 que instituye un "sistema de protección integral de las personas discapacitadas", incumple su propia creación: sus comisiones funcionan en dos anexos inaccesibles. Seguramente ningún concejal padece discapacidad motora. Mientras, el Ejecutivo municipal desconoce olímpicamente la mayor parte de su articulado y la comisión de Derechos Humanos del Concejo Municipal, con visión acotada sobre el tema, se desinteresa de la problemática.
La Dirección de Discapacidad, al carecer de poder de policía, no consigue ir mas allá de repetidas recomendaciones y propuestas que habitualmente chocan con el pretexto presupuestario. O el olvido. El conjunto de las urgentes intervenciones necesarias para mejorar sensiblemente la inclusión de las personas discapacitadas en Rosario, nominada "Ciudad Creativa", significaría una inversión menor al 10 por ciento de la aprobada para la sola primera etapa del Castagnino.
En la apertura de sobres, la intendenta agradeció "…a los soñadores, a quienes tuvieron la iniciativa, a esta ciudad que no baja los brazos…". Somos soñadores con los pies (cuando los tenemos y podemos apoyarlos) en la tierra, que de iniciativas hemos aportado decenas y que (cuando la posibilidad existe) mantenemos los brazos bien en alto.
Esperemos que los arquitectos cordobeses hayan elaborado soluciones de plena inclusión para las nuevas obras del Castagnino. Abrigamos sospechas, porque —al igual que sus colegas rosarinos— en la formación universitaria la accesibilidad, gracias a una mentalidad del siglo 19, es objeto de tratamiento marginal, desarticulado e incompleto: las autoridades académicas han decidido "infiltrarla" trasversalmente, haciéndole perder todo peso y sentido, en lugar de considerar materia a pleno título y obligatoria.
Bienvenida la primera etapa de las multimillonarias obras del Castagnino. Siempre que los 185.000 discapacitados de Rosario, los más de 400.000 santafesinos y los 5.200.000 compatriotas en esta condición, dejando de lado improductivas pomposidades oratorias, seamos seriamente tomados en cuenta.
Por Matías Petisce