Consejo tardío: "Señor presidente: póngase el país al hombro para que no tenga que ponérselo de sombrero." (Jorge Asís, escritor, periodista y analista político)
Por J. E. King
Consejo tardío: "Señor presidente: póngase el país al hombro para que no tenga que ponérselo de sombrero." (Jorge Asís, escritor, periodista y analista político)
El viejo solitario abre los ojos después de un sueño tan liviano como el almuerzo que preparó con los últimos sobrantes de la heladera. Para la cena, ya verá. Los medicamentos se acabaron y no debe preocuparse por las pastillas que debería tomar. Le parece estar en otro mundo, como si se bajara de la máquina del tiempo. Apenas despertar y todo ha cambiado para peor. Recuerda que escuchó decir alguna vez que la realidad se ajusta a la memoria que se tiene de ella. Pero él ya la está perdiendo. Tal vez una ventaja, una maniobra defensiva de la intrincada mente. Se para y camina hacia el tele enorme y pesado. Una reliquia de oscura madera lustrosa. A veces funciona, como él. Los noticieros refieren viejas intenciones de mutilar más las jubilaciones para seguir tapando supuestos déficits. Desvestir un santo para vestir a otro reza el dicho castizo. Nada más hasta que todos queden desnudos. Uno de estos días la caja, saqueada por bandidos sin códigos, no salvará a nadie. Ni a víctimas ni a victimarios. No quiere amargarse más con la caja boba y la apaga. Le basta con que cada vez que va a cobrar el banco se convierta en el templo del llanto donde más de uno siente que se le acabaron los años y camina hacia su traje de madera, que ni siquiera será a medida. Nadie lo extrañará. Uno menos, un ser invisible de final anunciado. Es triste la mirada que los ausentes devuelven a nuestra memoria. Piensa que al crecer todo parece más pequeño que lo visto con ojos de niño, pero los años se instalan en la carne y en los huesos. Doblados por la pesada mochila repleta de cuentas impagables sobre sus espaldas, quienes ayer caminaban erguidos plenos de vitalidad se inclinan pero no se arrodillan. Reniega de los acostumbrados a las cadenas que poco a poco prefieren vivir sin pensar. Y siente una extraña mezcla de pena y fastidio por los que creen que la vida es para transcurrirla como una rutina inapelable, aunque cada día haga lo mismo que el anterior, porque está sumergido en un tiempo sin tiempo. Vida y muerte son una pausa. Nacimientos y sepelios un estado en suspensión. La expectativa de vida es en promedio de 76,5 años (73 el hombre y 80 las mujeres). Argentina pasó de estar en el tercer lugar al séptimo. La dama de la guadaña avanza un casillero cada día, el juego se llama muerte. Y el presidente se "calienta" porque la solución final viene demorada según sus planes. Perversos tal vez. Son obstinadamente molestos. Estos viejos viven demasiado. Quién diría que la longevidad constituiría la pena de muerte. Carece de sentido. Y todo es quietud como en un misterioso paisaje nevado dentro de una bola de vidrio. Sólo bastaría que alguien la agite para que vuelva a cobrar vida. Porque las cosas no son como se pretende hacer creer. Es mucho más que una mentira a medias. Y como dice un conocido refrán judío: una verdad a medias es una mentira completa. Habrá que ganar esta lucha desigual para que el tiempo no sea verdugo sino tiempo para crear y pensar.