Las mujeres podemos ser y, de hecho lo somos, jefas de estado, ministras de cortes supremas, astronautas, camioneras, boxeadoras, empresarias, árbitras de fútbol y todo lo que nos propongamos. No sin esfuerzo fuimos ocupando espacios tradicionalmente masculinos, a veces, juicios mediante, y siempre con mucha lucha.
Pero estos avances indiscutibles en cuanto a la igualdad entre los sexos se desvanecen cuando entramos en la juguetería.
A la derecha, bajo un manto rosado se encuentran los juguetes para niñas: muñecas, cocinitas, sets de belleza, de bijouterie y todo para una perfecta ama de casa. A la izquierda, en tonos más variados están los juguetes para niños: pistolas, espadas, superhéroes, pelotas, autitos, camiones. En el unisex podemos hallar rompecabezas, juegos de mesa, cuentos.
Entre los disfraces, que tanto fascinan a los párvulos, están los de princesa para ellas y los de Superman o el Hombre Araña para ellos, justamente los personajes que salvan a la humanidad -incluidas las princesas- de los males de los perversos. Hasta el papel de envoltorio tiene tonos diferentes (¿o me va a decir que nunca le preguntaron si es para hombre o para mujer a la hora de ¡poner el moñito!?)
Desde que nacemos, a través de los juguetes, se imponen los mandatos sexistas que determinan los roles femeninos y masculinos, es decir, lo que se espera de unos y otras, más allá que luego, cada cual vaya labrando su propio destino, desafiando al sistema patriarcal que nos pretende a las mujeres en una función de reproducción y de cuidado, aunque esas tareas no estén contempladas en el PBI de un país y, por lo tanto, no tengan valor dinerario, cuestión no menor en un sistema capitalista.
La desvalorización social de estas funciones —precisamente porque las realizan las mujeres- conlleva que no estén contempladas en la mayoría de los países como un ítem a tener en cuenta a la hora de elaborar un presupuesto.
En una encuesta realizada por el INDEC en el año 2013 se constata que, a nivel nacional, el 76,4 por ciento del tiempo total dedicado al trabajo doméstico no remunerado lo realizan las mujeres.
Cuando afirmamos que los juguetes son sexistas nos referimos a la cualidad que tienen de reforzar los estereotipos de género que luego se trasladan a la adultez. Pretenden educarnos desde la más tierna infancia, con determinadas características. Las mujeres deben estar disponibles para otros, cumplir roles secundarios, ocuparse de las tareas del hogar, ser dependientes, sumisas, obedientes, controlar su sexualidad, mientras que los varones cumplen una función protectora y proveedora, deben mostrarse agresivos, valientes, arriesgados, están habilitados para ejercer el poder y usar libremente su sexualidad.
En esta discriminación radica la violencia hacia las mujeres que con tanta virulencia se manifiesta en nuestro país con un número de muertes que, desde hace varios años, araña las 300 anuales. Las mujeres han avanzado en la conquista de sus derechos, sin embargo, pocos hombres se atreven a cuestionar los parámetros de su masculinidad y rebelarse ante el mandato de negar sus emociones, sus debilidades. (Siempre me pregunto, si los hombres no deben llorar, ¿por qué la naturaleza los dotó de lagrimales?)
Pero, ¿quiénes de los que se horrorizan ante los abusos de infantes, la violación, el femicidio están realmente dispuestos a cambiar la matriz cultural en la que se fundamenta? Los cambios culturales son lentos y dificultosos, no alcanzan las leyes —aunque sean imprescindibles-, se necesitan programas permanentes, cambios curriculares, transformación de prácticas sociales e institucionales y un cuestionamiento profundo a normas, mitos y creencias que, de tradicionales se han convertido en lo que algunos llaman "del orden de la naturaleza", cuando en realidad han sido instituidas por el ser humano, por lo tanto son pasibles de ser modificadas.
Quizás en estas Navidades abuelos y abuelas, tíos y tías, padres y madres logremos dar un paso hacia la igualdad, hacia la democratización en la familia, regalando un juguete no sexista.
¿Por qué no el muñeco para él y el autito para ella? Si usted responde porque no, deberá revisar todo el andamiaje patriarcal que carga sobre sus espaldas y que, aunque no lo crea, es la base de toda la violencia hacia las mujeres. Solemos decir "los femicidas no son enfermos, son los hijos sanos del patriarcado".
Viviana Della Siega
Comunicadora social