Una carta desde España, de un entrañable amigo, reprochándome la adhesión a una
frase, aparentemente entreguista: "el aparato productivo del sector agropecuario", sosteniendo que
ese era el proyecto de los golpes militares, las torturas y las muertes, lleva a una pregunta:
¿cuál es el plan? Argentina, ¿de qué modo se organiza? ¿Con quién? ¿Para qué? ¿Dónde iremos a
parar?
Hoy estamos en mitad del río y no tenemos corcel, simplemente nos lleva la
corriente.
El plan de los sectores que se encolumnan tras el Landriscina entrerriano, De
Angeli, y su popularización de una palabra veterana: minga, aparenta una salida.
Ese plan, ¿cuál es? La otra vereda no está mejor pertrechada. El plan del gobierno
para administrar la cosa pública: ¿cuál es?
La pregunta puede volverse circular. Cuál es el plan de Binner, el de Lifschitz, el
de Reutemann. Hay actores políticos que en el 2011 completarán 20 años de mutismo. Perdón, ¿existe
un plan?
No hay respuestas claras. Todos hablan sin hablar, gobiernan sin avisar, informan
sobre hechos consumados. A veces ni eso. En el 2009 se cierran listas electorales a simple dedo y
capricho.
¿Cuál es el modo para que Argentina se vuelva políticamente sustancial, creíble,
posible?
El modo es uno y solo uno: la democracia. También la democracia partidaria.
La muerte de Alfonsín y la exaltación de lo bueno (tan común sobre el féretro)
repuso su recitado del preámbulo de la Constitución. Era el anuncio de un modo.
Hay colegas que no le perdonan las "felices Pascuas" y creen que otras muertes eran
necesarias. Muertes donde ellos no estaban. Heroicidad de los otros, para que después los
iluminados puedan contarla. Joder, tío. El arte de lo posible sí, del suicidio no. Los colegas que
le facturan claudicación son herederos de la estrategia montonera. No es la más sana. No lo fue. No
lo es.
Alfonsín fue un fenomenal discurseador, un espantoso economista. Un dogmático del
diálogo. Un político tan perfectible como la democracia. Sostengo: él no fue "la democracia". Al
menos no toda.
Alfonsín tenía un plan: la Constitución argentina. Dentro de la ley todo, fuera de
la ley nada. Frase conocida.
Los militares, que tenían armas, plata, poderes, contactos, asesinos dispuestos a
seguir en su tarea, estaban fuera de la ley y fueron juzgados por la Constitución como arma
inatacable. Algunos otros asesinos fueron juzgados del mismo modo. Fuimos ejemplo mundial.
Fuimos.
El eje fue la Constitución. Reconocerla es aceptar la democracia. Desconocerla es
delito. Alguien podrá definir cómo se tipifica el delito de traición a la Constitución.
Aviso: existe, se practica. Hoy mismo está en funciones la traición. Votar un
pingüino en La Matanza está fuera de cualquier justificación.
Esto, que es una mínima reflexión periodística, debe servir para preguntarse si,
finalmente, lo que está en juego, día por día, acción por acción, no es una degradación firme,
sistemática, de la democracia.
Gobierno de las mayorías con atención a las minorías. Diálogo, leyes comunes.
Presupuesto consensuado. Educación mucha plata, salud mucha plata, burocracia…poca plata.
Transparencia. Diálogo. Nada de eso se practica. La traición a la democracia es la moneda de uso
diario.
Los lúcidos defensores de la familia K, agrupados en Carta Abierta, sostienen que
debemos perdonar estos pecados, así como nos perdonarán nuestros deudores sociales, con la
finalidad de continuar profundizando una revolución popular.
El documento asombra por su pedido: transcribo: …"Llamamos a ejercer el
derecho de crítica autónoma dentro de un gran campo de apoyo a los aspectos realizativos que ha
encarnado el gobierno nacional. El momento lo reclama…/… Debe haber distintas variantes
y situaciones para los pensamientos críticos. Pero tampoco el gobierno es ese manojo irreversible
de contradicciones obtusas que a diario nos propone la vasta maquinaria mediática que lo envía al
patíbulo en miles de minutos diarios de televisión, acudiendo a las doctrinas ubicuas del escándalo
y el odio.../… Esa ofensiva de una derecha agromediática que no deja nada por tocar ni
ensuciar, que corta rutas y agita conspiraciones, nos persuade de la decisiva importancia que
adquiere no simplemente la defensa de la legitimidad democrática sino, más hondo y grave, del
decisivo entrelazamiento de un proyecto popular con el destino del gobierno. Desatar el nudo que
une ambas perspectivas constituye un error cuyo costo puede ser desmesuradamente elevado; imaginar
que la caída de lo inaugurado en el 2003 puede ensanchar el horizonte popular y nacional es no sólo
una gigantesca quimera sino una perturbadora irresponsabilidad histórica …"
Los neologismos son de los redactores del documento titulado: La restauración
conservadora.
Hay una sola manera de frenar la "derecha agromediática": la Constitución nacional.
El arma letal para proyectos hegemónicos, interpretaciones abyectas sobre las residencias, el
federalismo y las representaciones. La manera, el modo es el rezo laico. Exigirlo sería dos veces
revelador. Desnudaría a quienes lo ignoran. Aclararía un discurso en muchos casos elusivo,
tartamudeante, hipócrita, demorado, susurrante.
La Constitución Nacional es la pócima que salvaría a la democracia que la muerte de Alfonsín
presentó sin tapujos, actualizándonos su estado: agonizante. Certificaría quiénes la están
matando.