El amor es, bien pensado, un encantamiento. El fin comienza por el desencanto. La continuación del desencanto es la primera traición, que no es tal. Anuncia que el amor sigue, por otro lado, otra vía, otro sendero, otro encantamiento.
El amor es, bien pensado, un encantamiento. El fin comienza por el desencanto. La continuación del desencanto es la primera traición, que no es tal. Anuncia que el amor sigue, por otro lado, otra vía, otro sendero, otro encantamiento.
Después el reproche duro, la pelea. Y la posesión. Esto es mío, sólo mío. No lo ganamos juntos, lo gané yo. Después de la primera pelea, muy dura, hay otra, más calma. Y el yo aflorando. La reivindicación de los logros. Endilgar los fracasos al otro.
Un clásico.
Queda, más allá del desencanto, la pelea por los bienes, los bienes gananciales.
Del amor y el suspiro a la billetera, por vía primera.
La señora Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner acaba de atravesar, en cien días, el clásico recorrido. Fin del encantamiento. La discusión es, ahora, fortísima. Es el dinero, el poder, los bienes gananciales. En su segundo discurso en pocos días (el primero fue rabioso, por la sorpresa de la traición ya que el otro, el pueblo, su pueblo, no avisó, decidió un paro sin consultar, habráse visto…cómo…a mí, cacerolas a mi, que asumí por las cacerolas…cómo…) el reproche era, también, un reproche clásico. Faltaba la canción del dúo Pimpinela. Yo que hice tal cosa, que me sacrifiqué con tal otra, que te preparé la comidita, que pasé noches en vela, que enflaquecí por vos y ahora me venís con esto… mirá, mirá, te pido humildemente que reflexionés…
Los nuevos discursos no superarán esos dos, los primeros que se pronunciaron en pleno divorcio. Fueron sinceros, harán historia.
Para muchos el poder es sólo mando. Ejercicio de dominio y humillación (muchas veces van de la mano). El poder es arbitrario y se potencia con el oro.
Economía política elemental. Mando yo, que soy el jefe y tengo
la chequera.
¿Precisás algo…? Pedime…
Casi light, pero sodomización, al fin. Yo fijo la gabela. ¿Entendido?
El peronismo es, lo dije, lo han dicho, una maquinaria piramidal (vértice, tiene un solo vértice) de acumular poder. ¿Cuánto? Todo el que se logre. ¿Cuándo? Siempre.
En la relación, amorosa, tan enfermiza, el jefe manda, protege, actúa por todos.
Prepara la comida, tiende la mesa, dice si se debe comer o no. Sacrifica su vida por todos. Renuncia a los honores, no a los puestos de lucha. Miente.
Argentina sostiene una relación con el peronismo desde 1946 (primera elección). El partido, para el peronismo, es una herramienta electoral. Ni forja, ni fragua, ni escuela. O sí. Pero para un solo fin. El poder. Desde una posición inercial: el Movimiento. El peronismo es un río con desnivel hacia el pasado.
Con el poder el peronismo crece, lo ejerce, no hay interlocutor en la punta de la pirámide. Nunca lo hubo, ni lo habrá. Uno ordena y los demás obedecen.
Argentina debe entender, sobre el siglo XXI, que el tema está resuelto, dentro de la sociedad, de un modo real. Este modo, real, es muy distinto al modo ideal, al soñado, al declamado o al prometido. Suena la cachetada en todas partes.
Cada tanto ésta, la realidad que se construye con el día tras día de todos los actores, muestra de un modo brutal, su carnaza
más oculta.
Bienvenidos seamos, una vez más, al reino de lo posible. Abril, 2008, aquí estamos. Esto es lo que somos, lo que hay.
Comencemos a revisar conductas, las nuestras, para entender las otras. Resolvamos una cuestión muy profunda, nodal: ¿somos nosotros, todos, peronistas…? ¿Resolvemos las discusiones del mismo modo? ¿ Es Argentina una construcción peronista…?
¿El aluvión, la cachetada, la mentira a sabiendas, el discurso tremendista, el blanco y negro, el terremoto moral, el déjenme fuera que ustedes tienen la culpa, es nuestro modo de ser…?
Mi crecimiento es directamente proporcional al olvido de
tus méritos.
Mi camioneta ha sido ganada en buena ley, no como la tuya (versión modernizada de mi cuatro por cuatro en el ojo tuyo ). Es éste el casamiento que soñábamos…
En la introspección viene bien revisar el cuento del matrimonio.
Argentina es, también, un país de parejas desparejas, pero reales.
Nos casamos y nos divorciamos mucho en estos pagos del sur.
El peronismo K, nacido de la incestuosa relación con Duhalde y provincia de Buenos Aires se peleó con el "pejotismo" y los barones corruptos del suburbano bonaerense. Desbarrancó a los militares. Mentó el nombre de Dios en mala hora, malquistándose con la cúpula eclesiástica. Blasfemó
al Imperio.
Eligió un solo jefe gremial, el más privilegiado por la economía menemista (los camiones venciendo a los trenes).
Destrozó a la tibia oposición (si somos todos argentinos, y medianamente peronistas por fuera del peronismo : ¿qué queda?) Usa argucias de Cavallo (retenciones) y leyes del Proceso (Comunicaciones). Demonizó a los medios de comunicación y, al cabo, la emprende contra quienes producen divisas para el país (muchas) y para su propio bolsillo (muchísimas).
Éste, el más reciente divorcio, no tiene al señor K sino a su mujer, Cristina Elizabeth, como protagonista (de paso: imposible explicar en el mundo occidental que la punta de la pirámide peronista no es una cariñosa cuestión familiar; en el mundo oriental nada es posible explicar sobre relaciones maritales).
Con cada divorcio (ahora hablamos de cualquier divorcio moderno) las partes sobreviven, mantienen relaciones ya que hubo fuego. Nadie se muere de amor, todo se transforma, viva la entalpía.
Pero los bienes ganados son otra cosa, mi querido. Tengo el poder, que deviene de ellos, como se sabe.
Los bienes gananciales se quedan acá. Listo. No los entrego. No los reparto. Fin de la historia, el vértice soy yo, yo soy el Estado (vivan los "Luises").
Los de esta provincia, los de Córdoba, los entrerrianos, los que viven en provincia de Buenos Aires y los pampeanos están/estamos jodidos, manejan nuestros dineros desde un despacho, no los devuelven y no nos defiende
nadie. Nadie.
Desde que China y la India se decidieron a comprar granos ha cambiado la suerte de los matrimonios políticos en el país.
Es válida la lógica peronista, la verdadera lógica del poder
en Argentina.
Esa lógica viene del 1946 y habría que revisar si muchos enojos son, tan sólo, por estar fuera
del reparto.
Los bienes gananciales se quedan en Buenos Aires. Estamos solos, divorciados, lejos de cualquier despacho y en mitad del aguacero.
Cada dos años visitan nuestra cama. No conviene decírselo
a nadie.