Una cabra que echa a un perro de la casa y le cierra la puerta en las narices, una mantarraya a la que le hacen cosquillas y se ríe, un canguro que luce orgulloso sus músculos de fisiculturista ante un espejo, un loro que mira a la cámara y confiesa cómplice: “¿Quieren saber un secreto?, no soy un loro, soy un espía”.
“¿De qué estás hablando Willis?”, la pregunta que disparaba el pequeño Arnold en la serie “Blanco y negro” cada vez que su hermano le decía algo que no entendía o no quería entender. De TikTok, de eso habla el mundo y también lo haría Willis si no fuera porque él y su hermano Arnold y Philip, el generoso y sensible millonario que adopta a los chiquilines de Harlem y los lleva a vivir a su casa en Manhattan con su hija Kimberley. De eso habla TikTok, no de la intolerancia racial de la Nueva York de los años 70, de eso hablaba “Blanco y negro”, TikTok habla de cabras, mantarrayas, canguros, loros, y si no hay más remedio, de perros también, siempre y cuando hagan algo gracioso, algo que mantenga en vilo al mundo durante 15 segundos. ¿Mucho?, ¿poco?, una eternidad para la efímera capacidad de atención que tienen hoy los centennials y los no tan centennials frente a la pantalla de un celular y que hace que los problemas de memoria de Dory, la simpática pero inútil pecesita azul de “Buscando a Nemo”, sean un juego de niños.
Si lo logran, y eso está claro, reciben la bendición del algoritmo de la aplicación que, dicho sea de paso, es china y le sacó canas verdes a Donald Trump cuando era presidente y amenazó con borrarla de la faz de Estados Unidos, como hace China cada vez que le viene en ganas con Facebok, Twitter, YouTube o cualquiera de las triquiñuelas con las que el Gran Hermano controla al planeta sin molestarse siquiera de tener una guardia armada, con una catarata de videos de gatitos le basta y sobra, cualquiera que haya visto “Shrek” lo sabe, no hay nada más tierno y letal que el Gato con Botas que ronronea con la voz de minino indefenso Antonio Banderas y esgrime la espada con la elegancia y crueldad del gran Scaramouche.
Y si se consigue la bendición del algoritmo, listo el pollo, pelada la gallina, no hace falta nada más, el éxito está asegurado: el videito de los 15 segundos se viraliza, vuela a la velocidad de la luz de Ushuaia a la Quiaca, de Islandia a Kamchatka, sin escalas ni PCR, y en un abrir y cerrar de ojos pibes que ni siquiera saben donde queda la Argentina y mucho menos Rosario, aunque acaso la hayan sentido nombrar vagamente porque es la ciudad donde nació Messi, saben pronunciar tu nombre mejor que la tía Martha, que siempre te confundió con Marcelito, y era lógico que fuera así, los dos eran morochos, regordetes, traviesos, pero uno era callado como una tumba y el otro no paraba de hablar y hablar y hablar, hasta en sueños hablaba y los hacía reír a todas y a todas.
El algoritmo es para los aprendices de influencers la piedra filosofal de los alquimistas, la llave de la riqueza y el poder, el paraíso del chivo, a donde van a arrodillarse los adoradores del dios canje que tanta alegría y tanta mentira da que, cuando se dice la verdad, hay que aclarar que es “una mención no pagada”.
¿Qué ven los centennials en el mundo de los 15 segundos? No hay que apurarse a responder “pavadas” y sacarse el problema de encima, porque no es así, ni mucho menos. Ven fragmentos de la realidad, pedacitos de historia como las cuentas de colores de un caleidoscopio, cuando las hacen girar forman figuras hermosas que invitan a seguir dando vueltas y vueltas y vueltas incesantemente. Como el carrusel sin fin de TikTok, que ofrece diversión instantánea sin pedir nada, aunque quizás lo esté quitando todo.
Estos días le dio la vuelta al mundo un videito en el que Tilda Swanson le pega un cartel en la espalda a Timothee Chalamet en medio del aplauso cerrado que recibió la nueva película de Wes Anderson “The French Dispatch” en Cannes. Es una escena fugaz que si se la ve así, sin más, luce como la broma clásica de la secundaria cuando, fingiendo darte una palmada en la espalda, te pegaban con cinta scotch un papelito que decía “dame una patada” o alguna otra invitación al bullying típica de la era tóxica de la adolescencia. Nada que ver. Si se ve la escena completa, que en la versión de YouTube que posteó Canal+ dura siete minutos, aparece el contexto, algo que en 15 segundos difícilmente suceda. Siete minutos duró el aplauso de pie que recibió “The French Dispatch” en Cannes y fue un momento tan emotivo y embarazoso para los protagonistas de la película que Timothee Chalamet, el más joven del reparto, un centennial hecho y derecho, le jugó una broma a Tilda Swanson como para romper el hielo y ella le respondió con el gesto que se viralizó.
La parte no es el todo, está clarísimo. ¿Qué ves cuando me ves?, cuando la mentira es la verdad. Rock fuerte de los Divididos. Verdad y justicia.
La cabra se llama Vilma, vive en Neuquén y se la pasa peleando con el perro de la familia, que se llama Vaca, pero no es una vaca; la mantarraya no se ríe, agoniza y a nadie le importa; el canguro está cautivo en un zoológico y por más que se haga el lindo nunca lo van a dejar ir; el loro no es un espía, es un loro común y silvestre, igualito al que caminaba por el filo de la medianera de la casa de Chupete y le gritaba con la voz de la madre: “¿Te bañaste Fernando…?” y hacía reír a todos y a todas.