¿Qué cosa pasó por la cabeza del presidente para anunciar su deseo de tener público visitante en las finales de la Copa Libertadores? ¿Fue idea de él o de su grupo comunicacional para distraer la atención? ¿La idea era torcer el clima de debate público? ¿Cuál es el estado de ánimo de Mauricio Macri por estos días?
Todas estas preguntas circularon el viernes desde la mañana. Algunas acentuadas luego de una decisión inesperada del titular del Ejecutivo que tuiteó sin previo aviso que quería un partido con los hinchas de Boca y River a 10 días del evento. Por las dudas. Vivimos en el país en donde a la cancha no pueden ir más que los barrabravas y los que alientan al local.
A las 7 de la mañana Guillermo Madero, el delegado de Patricia Bullrich para la seguridad deportiva, afirmaba en Radio La Red de la Capital Federal que no había posibilidad de pensar en público visitante. Casi en simultáneo, el ministro de Seguridad de Horacio Rodríguez Larreta coincidía con esa visión. "No estamos preparados", dijo Martín Ocampo. Macri, sin importarle nada de eso, se despertó temprano y tomó personalmente su teléfono para tuitear: "Lo que vamos a vivir los argentinos en unas semanas es una final histórica. También una oportunidad de demostrar madurez y que estamos cambiando. Le pedí a la ministra de Seguridad que trabaje con la Ciudad para que el público visitante pueda ir", escribió.
El mensaje lo tipeó él. No hubo sugerencia más que de su deseo. Antes, había llamado a Patricia Bullrich para anoticiarla. No le dio tiempo a la ministra a detener a sus funcionarios que ya habían hablado ni mucho menos para anticiparle al jefe de la Capital Federal. Menos, a su amigo Daniel Angelici, el presidente de Boca, y a Rodolfo D'Onofrio, su homólogo de River.
"Vos no lo entendés porque no tenés la pasión del fútbol", le dijo un secretario de Estado a este cronista. "No es broma cuando dijo hace unos días que no iba a dormir por tres semanas", remató el hombre del gobierno.
La sorpresa (estupefacción, para algunos) que circuló entre los funcionarios fue inmensa. Macri pretende poner a prueba el sistema de seguridad en uno de los enfrentamientos de pasiones más potentes que tiene el país. Cuentan los cercanos a Patricia Bullrich que le dijo a su gabinete que si se ponía en marcha el deseo del presidente, en caso de fracaso, era el fin de su gestión. Si a esto se le agrega que la Piba quiere ir por los barras xeneizes como Rafa Di Zeo y sus amigos, el riesgo el alto. Algunos le aconsejan que allí no se meta. Por ahora, ella tendrá que ver cómo explica el insólito permiso verbal que le concedió a la gente de armarse si quiere ("Es un país libre") apenas terminada la campaña de desarme auspiciada por su propio gabinete.
La insólita reacción presidencial pinta el tono personal por el que atraviesa. Mauricio Macri está fastidiado por la realidad que le toca gestionar. Cree que no tiene la responsabilidad central de la negra crisis económica que se vive (es la herencia, es el mundo, son los otros) y recurre a la gestualidad en el campo que lo vio exitoso: la presidencia de Boca Juniors. El problema es que es el presidente pero del país.
Mientras tuiteaba del clásico porteño, los periodistas del rubro seguían analizando las consecuencias del Central-Newells, jugado a 300 kilómetros de la sede natural del partido, sin público ninguno y con 300 policías custodiando tribunas vacías. Macri está encerrado en sus deseos más personales.
Quienes vieron un intento de ahumar el ambiente con ruido deportivo para no analizar la situación social y económica se equivocaron respecto del movimiento inicial. Que luego, producida la noticia, los comunicadores PRO y su ejército de propagandistas voluntarios y no tanto lo sostengan como modo de desviar la mira del debate, es otra cosa.
El presidente de la Nación no cree en las tradiciones propias de los que se han formado en la carrera política. Beatriz Sarlo fue brutal para describir esto. "Macrón se tomó la foto de Estado cuando asumió en su despacho, al lado de los dos libros más importantes de la literatura francesa moderna. Macri lo hizo junto a la camiseta de Boca". La intelectual se apuró a decir que esto no era una expresión valorativa sino meramente descriptiva. El presidente francés es egresado de la mítica Escuela Nacional de Administración Pública. El argentino viene de Boca y de la empresa privada.
El presidente desprecia el deber ser gestual o lo que se espera de un hombre sentado en el sillón de Rivadavia. Cree que el fútbol, el deporte nacional dueño de las fiestas populares más importantes del país, lo acerca mucho más a los ciudadanos que cualquier otra intermediación clásica. Lo dijo en la entrevista que le concedió a la misma Radio La Red el viernes a la mañana: "En mis viajes por el país, todo el mundo me habla del clásico. La gente solamente me pregunta por el partido", dijo el mismo día que se conoció el aumento número 14 de las naftas y la perspectiva de una inflación anual de más del 45 por ciento.
La reacción futbolera de Macri no resiste el análisis de los que sostienen que un primer magistrado no puede distraer su tiempo en un partido de fútbol. Es más: los seguidores de Cambiemos están dispuestos a defender esa actitud si sirve para diferencia de la anterior gestión. Porque ese el meollo del tema. La grieta está más instalada y fogoneada que nunca y estos son tiempos en lo que se va a propiciar el debate de qué territorio se ocupa de cada lado antes que los temas mismos.
El equipo electoral de Cambiemos exhibe encuestas que demuestran que el núcleo duro de sus votantes tolera la inflación 5 veces más alta que la prometida en octubre del año pasado antes que pensar en el kirchnerismo. Cristina Kirchner, con ambiciones de volver al poder según marcan las mismas encuestas, sabe que no hay cuadernos de Centeno, bolsos revoleados ni nada que le quite la devoción militante de los suyos. La no discusión política de estos tiempos es propia de los escenarios sectarios. ¿No hay más que Macri y Cristina? En la perspectiva electoral, el recorte de la izquierda parece aspirar con fundamentos a un 10 por ciento nunca antes alcanzado. El progresismo encabezado por el socialismo, Sotlbizer y algún radical escandalizado de la sumisión de su partido, no despega. ¿Y el resto del peronismo? Una cuarta parte de los argentinos podría votarlos pero se espanta ante las fotos de todos mezclados en Tucumán o con la Virgen de Luján y el discurso más egocéntrico que constructivo.
Por eso, Macri se permite hacer superficial su cargo sumándose a un discurso más de hincha de fútbol que de estadista. Porque ese lenguaje le queda cómodo, dogmatiza más y porque cree que el relato crítico de su gestión es una mano grande que puede ocultar la luz del sol, al menos por un rato.