Como nunca en estos casi últimos 25 años de política argentina se advierten fuertes contrapuntos, casi maniqueos, sobre la realidad del país. Para algunos todo está bien encaminado y para otros todo está mal y putrefacto. ¿Cómo se explica? ¿Cómo se sostienen ambas líneas de pensamiento e interpretación tan distantes sobre una misma situación?
Desde hace casi un cuarto de siglo, en 1989, y con la llegada de Menem al poder, la Argentina vivió tres grandes ciclos políticos: el menemismo, la Alianza y el kirchnerismo aún vigente. Los dos primeros alcanzaron el gobierno con fuerte respaldo popular y a lo largo de los años terminaron en el ostracismo y con un masivo rechazo de la población. El kirchnerismo comenzó al revés y tuvo un camino sinuoso: casi por descarte llegó al gobierno con muy pocos votos, fue tomando cuerpo, decayó, remontó y alcanzó popularidad, pero también odios. Hoy, pese al respaldo que tuvo en las últimas elecciones, genera virulentas oposiciones en amplios sectores. Pero la diferencia con el menemismo y la Alianza es que también mantiene adhesiones en sectores populares e intelectuales después de más de un ciclo presidencial, contando desde el gobierno de Néstor Kirchner. A esta altura, luego de casi una década en el gobierno, lo tradicional hubiera sido un derrumbe político imparable del kirchnerismo. Sin embargo, no ocurre de esa manera clásica y por eso origina fuertes enfrentamientos en la sociedad.
Deformaciones. Desde ambos lados, opositores y ultrakirchneristas, producen deformaciones de la realidad. Algunas son aviesas y otras productos de un apasionamiento exagerado en graficar un pensamiento determinado. Es tal vez lo que le ocurrió a Marcos Aguinis, escritor y pensador argentino, que ha deleitado a sus lectores con obras de jerarquía como "La cruz invertida" o "La gesta del marrano", entre otras. Aguinis, quien mantiene un duro cuestionamiento a todo lo que hace el gobierno, escribió hace muy poco un artículo, "El veneno de la épica kirchnerista", que tuvo gran repercusión nacional, especialmente por un párrafo donde se escapan, a entender de quien esto escribe, las pasiones sin filtro intelectual que se mencionan en este artículo. El párrafo de Aguinis, en cuestión, dice lo siguiente: "La corrupción se ha vuelto septicémica. El modelo consiste en profundizarla. Nada importante se hace para disminuirla. Desde lo alto se dibuja el camino. Si la yunta presidencial ha conseguido amasar una fortuna que no se podría fundir en varias generaciones, quienes se acercan a ella esperan lograr lo mismo o un poco, aunque sea. Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación."
Es decir, Aguinis valora más a las juventudes hitlerianas porque tenían un ideal, del que carecen, según él, los grupos kirchneristas. Que se sepa, hasta ahora, ninguno de esos grupos se ha paseado armado por las calles convocando a practicar matanzas o persecuciones de civiles, como sí lo hacían los "idealistas" jóvenes nazis. Aguinis los condena aunque de alguna manera los rescata porque, sostiene, "luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin".
Contrapunto. Esa poca feliz comparación de Aguinis no es más que el significante de lo que expresa cierta parte de la sociedad argentina que no puede tener un juicio desapasionado y reconocer al menos que hay algunas políticas oficiales que han sido audaces e importantes, como la asignación universal por hijo en el marco de la obligación moral del Estado de asistir a los que nada tienen. También la decisión de terminar con las AFJP, desendeudar al Estado o sancionar la ley de matrimonio igualitario. Tampoco admiten que por primera vez en décadas sectores marginales y pauperizados de la población han podido participar en algo de la exacerbada fiesta del consumo interno de bienes que, paradójicamente, ha beneficiado económicamente a los sectores más críticos. No se reconoce tampoco que es un gobierno que se ha animado a introducirse en áreas claves, políticas y económicas, y tocar intereses sectoriales poderosos que jamás en la Argentina fueron materia de discusión sino parte del statu quo. Este conjunto de acciones parecen ser parte de la explicación de la furibunda pátina demoníaca que muchos sectores le atribuyen al gobierno.
A los ultrakirchneristas les pasa lo mismo, pero al revés, y aseguran que este país es un edén. Para ellos, la inflación es baja y la inseguridad es sólo una sensación. Consideran correcto que los presos salgan de las cárceles para ir a actos K y afirman que la corrupción no existe; el cepo al dólar es justificable, está bien que los asalariados paguen Ganancias y la re-reelección de Cristina es admisible. Creen que es cierto que se puede comer con 6,99 pesos por día y que es normal que los altos funcionarios no den conferencias de prensa. Dicen también los que apoyan el modelo que no hay nada mejor que este gobierno que, además, propulsó el ingreso al Mercosur de Hugo Chávez, aliado de Irán, un país que no es precisamente un ejemplo democrático y que sí, como las juventudes hitlerianas, promueve la eliminación física de vecinos regionales.
Cortázar. El apasionamiento, que en muchos casos eclipsa la interpretación intelectual de los hechos, abarca a todos los ámbitos de la sociedad y llegó también al periodismo, ahora dividido en militante u opositor, algo poco sostenible y emergente de otra deformación profesional, que no sólo tendría explicaciones ideológicas.
Durante el fin de semana pasado la televisión pública volvió a emitir un magnífico reportaje a Julio Cortázar, hecho en Madrid hace muchos años. El escritor y pensador argentino, nacido en Bélgica, dio una clase magistral de pensamiento filosófico sobre la realidad de ese momento, sobre la literatura y sus obras. Cortázar habló hasta de sus dioses. "Mis dioses están en la tierra", aclaró, y nombró a uno de ellos: el estupendo músico Louis Armstrong.
La maravillosa capacidad de reflexión del genial escritor es la que necesitan hoy en la Argentina quienes, víctimas del apasionamiento desmedido, distorsionan los hechos para acomodarlos a sus pensamientos.
Tanto opositores como ultrakirchneristas no ven lo obvio ni adoptan una posición balanceada, equilibrada y racional. Ninguno puede hacer autocrítica, reconocer logros del adversario político ni modificar conductas o líneas de pensamiento y acción. Es un lamentable y típico mal argentino.