Por Mauricio Maronna
Lo que advirtieron los mandatarios provinciales fue un estado de extrema fragilidad, y una necesidad imperiosa de que nadie tire del mantel. Para que no se caiga lo poco que está en la mesa. "La única sonrisa que hubo el martes fue de Rogelio Frigerio, por haber ganado la batalla interna", reveló, chispeante, una fuente directa de las deliberaciones.
Para la Casa Rosada era imprescindible una foto. De mínima y de máxima, que el presidente de la Nación aparezca junto a dirigentes opositores (en este caso los gobernadores) era como un vaso de agua, pero para un sediento que venía de atravesar quince días en el desierto en base a una dieta de anchoas.
El peronismo le dio a Macri la foto que quería y —salvo Juan Schiaretti y Juan Urtubey— no mucho más. "Mire, hubo solo eso con (Mauricio) Macri. No daba para más. Con Frigerio conversamos cuatro horas, él sí está interiorizado con las necesidades de cada provincia, y se da cuenta de que hay una situación de cancha inclinada. Muchos gobernadores tienen equilibradas sus cuentas, el que no logró nunca hacer los deberes fue el Ejecutivo nacional", narró el informante a La Capital.
Durante las reuniones se mostró de manera empírica la diferencia de posicionamientos internos entre los gobernadores peronistas, aunque al final todo se circunscribió a decir que se fomentará "el equilibrio presupuestario para garantizar la gobernabilidad". Es como anunciar que siempre que llovió, paró. Una formalidad.
Schiaretti, Urtubey y alguno más representaron las voces más amenas del peronismo con Macri. Así ha sido desde el mismo momento en que Cambiemos ganó las elecciones. Los dos tienen sus provincias jaqueadas electoralmente por Cambiemos y creen que cuanto más macrismo declarativo hagan, mejor les irá en el 2019.
Para esas posiciones de opomacrismo, el gobernador Carlos Verna les tenía preparada una catilinaria: "Hay gobernadores peronistas que están más cerca de Macri que de Perón". También es verdad que ese juego de posicionamientos les permite a los peronistas jugar el partido en todas las canchas. Por suerte, no hay deseo de querer tirar del mantel, porque saben que si se corporiza el fantasma del 2001 nadie saldrá vivo de esa experiencia.
Frigerio se preocupó durante las cuatro de no dejar nada librado al azar respecto de la comunicación posterior. "Si los mercados advierten que no hay acuerdo, aunque sea gestual, el dólar se nos va al demonio", admitían puertas adentro del CFI, ese lugar emblemático en el que Domingo Cavallo consumía tranquilizantes en 2001 para no perder la razón contra los bravíos mandatarios peronistas de entonces. Ahí tallaban Carlos Ruckauf, Carlos Reutemann, José Manuel De la Sota, Néstor Kirchner. No era este coro, eran performers.
Lo curioso del caso es que no circula ni un solo borrador del presupuesto, salvo un paper que contiene el remix del acuerdo fiscal logrado a fin de año entre Macri y los gobernadores. Ese texto hoy forma parte del pasado. Cambió casi todo.
El gobierno nacional necesita imperiosamente que la oposición le apruebe la madre de todas las leyes. No están dadas las condiciones externas para que el gobierno nacional prorrogue el actual presupuesto, porque sería leído como una absoluta falta de liderazgo interno de parte de los mercados y de los organismos internacionales de crédito. Es más, ya hoy el gobierno tiene bloqueado el ingreso de fondos, salvo de parte del FMI, que se ha convertido en el principal dador de gobernabilidad. Aunque eso no le guste a casi nadie.
La marcha de la economía da constantes avisos de que lo peor está por venir. Lo dicen los propios oficialistas. Sin embargo, empieza a consolidarse la idea interna en Cambiemos de no dar todo por perdido. "No habrá muchas novedades en el 2019 respecto de los escenarios. Somos nosotros y Cristina, no hay más nada. Si logramos gobernabilidad y estabilizamos la economía, volveremos a ganar las elecciones", dijeron a este diario cerca del jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien no habla públicamente desde hace casi dos semanas.
Pero, lejos de cualquier ámbito de campaña o de tiempos electorales, el futuro de Cambiemos está ahora directamente ligado a la economía. Y más que el futuro del oficialismo, lo que está linkeado al devenir económico es la estabilidad del país. En este tiempo de malas noticias permanentes, Cambiemos se dio el gusto de festejar la victoria en Marcos Juárez, la capital electoral del macrismo. Habrá que esperar para saber si las zonas productivas del país repiten la conducta electoral.
Por lo pronto, puede pensar el macrismo que hay tierra fértil (y vaya si la hay para la soja en Marcos Juárez) para apostar al latiguillo del "cambio de época", pese a que la economía no estará reluciente a la hora de las elecciones nacionales en 2019. Aunque los productores estén enojados por el regreso de las retenciones, no parece haber una alternativa política que los convenza. Al menos por ahora.
La foto con los gobernadores y la salida de Ricardo Lorenzetti como presidente de la Corte Suprema de Justicia le dieron a Macri, al menos, el mejor martes desde que el dólar empezó a moverse como una pluma en medio del huracán.
Lorenzetti estuvo más de una década conduciendo con mano firme el máximo tribunal de Justicia, y llevando adelante en ese sentido un liderazgo político, siempre atento a los vaivenes del día a día. Carlos Rosenkrantz ingresó a la Corte durante el gobierno de Cambiemos y, dicen quienes escucharon al presidente, que es el preferido a la hora de iniciar un cambio de estiló y práctica en el alto tribunal.
De paso, la salida del rafaelino de la presidencia de la Corte le mejora el ánimo a Elisa Carrió, quien batalló largamente contra él, al punto de haberlo denunciado judicialmente. El magistrado se mantuvo en su cargo pese a la muy mala relación política que tuvo con Cristina. Horacio Rosatti, Elena Highton y el propio Rosenkrantz le dijeron: "Hasta aquí has llegado".
Es poco, pero es lo que hay.