Ella goza del cotillón del poder y se le nota. Se solaza en el roce de los
estrados. Calcula con precisión el efecto de sus gestos. Administra poses, mohínes y miradas. Hace
de la oratoria una gala programada, un deleite íntimo.
El, en cambio, disfruta del poder en sí mismo: del ejercicio liso y llano del poder. No
necesita ser mirado. Es más, rehúye de la mirada ajena. Se prefiere encerrado en la soledad del que
entiende no necesitar de los otros para ejercer el mando. Le fastidia en el cuerpo el boato de las
alfombras, el destello de los atriles. Solo se aferra a ellos, y con firmeza, cuando de imponer el
poder se trata.
Ella habla, siempre, en primera persona. El no necesita hacerlo: se siente y es la Primera
Persona. A diferencia de ella, no parece desconocer la existencia del plural pero, a la hora de
decidir, hace caso omiso a la existencia de los otros, prefiere ignorarlos.
Ella tira y afloja, ajusta y suelta, reconviene y seduce, administra tensiones y emociones.
El no dispone de matices, el siempre aprieta.
Quien creyó comprar dos al precio de uno se equivocó. El que esbozó la teoría del doble
comando se extravió en la ingenuidad. Nada de doble comando, ningún ente bicéfalo. Hay un solo ser
gobernante, una creatura única y compacta: un animal político genéticamente indiviso. Mitad hombre,
mitad mujer. Hembra vulnerable de a ratos, macho feroz y herido casi siempre: mal que nos pese.
Ella no marcará la diferencia, no tomará distancias, no parece disponer de la iniciativa K.
Ella es lo que El dispone: derecho y revés de una misma trama. Nadie está llamado en este caso a
dejar la casa.
Cuando los tiempos de encrespan, ellos se abroquelan, son solo uno y funcionan en
consecuencia: un solo cuerpo para una sola cabeza: una entidad, por momento ciega y sorda, pero
nunca muda.
Ella ocupa el espacio público, la escena mediática, la puesta del mando; él, en cambio, se
entretiene en la mesa de arena.
Ella le pone vuelo al discurso, él aplica el peso ominoso de las palabras. Del gesto
componedor al arrebato imperativo, de la pretendida humildad del que pide ayuda a la furia
destemplada de quien detenta el mando.
Ni halcones, ni palomas: ellos son pingüinos. Políticamente monógamos y por naturaleza
inseparables. No más de dos.
La adversidad de los tiempos que corren a ella le quitó grises y a él cintura. De la fiesta
cotidiana de los anuncios a la desesperada admonición ante las multitudes. De las encuestas que no
traen buenas noticias a los menjunjes electorales.
No hay que esperar placidez de los tiempos que vienen. El desencanto fue diezmando
voluntades, se fue llevando a muchos y fervorosos defensores del “proyecto” a quién
sabe dónde.
Los que se fueron de la plaza sin que ningún general los eche no saben bien hoy dónde ponerse
y entre los que se aferran con genuina convicción al ideario K reina el desconcierto. En el país de
los eternos desencantos la ilusión es un sentimiento entrañable al que cuesta renunciar. No son
pocos los que saben que la lucha contra la pobreza, la exclusión y la justicia social no puede
gestionarse desde el autoritarismo, la cerrazón política, el capricho o el liso y llano ejercicio
de la represalia. El contenido quedó desacoplado de las formas, no hay buena intención que pueda
convivir con tan malas maneras.
Articuladores de un proyecto que pregonaba la transparencia y honestidad política,
arquitectos de iniciativas de transversalidad y concertación plural y militantes de la recuperación
del concepto de los DDHH, apena ahora verlos atrincherados en la sinrazón, agazapados en el rencor.
Duele pensarlos pergeñando la próxima ofensiva, en la que el otro, sea quien sea, es solo un
enemigo a vencer. Desilusiona imaginarlos mirar la realidad desde el estrecho ojo de la cerradura
de Olivos.
El extenuante enfrentamiento con el campo, el infatigable empeño por sostener el conflicto y
la andanada de exabruptos que acompañó cada capítulo de la confrontación con los productores y
aniquiló todos los puentes de la confianza. Nadie parece ya esperar algo que merezca ser creído. La
campaña sólo augura más, mucho más, de lo mismo.
Hay quien ya hurga en la maraña discursiva de los oponentes la frase o el gesto que apuntale
el argumento oficial de la “cantinela destituyente” sobre la que versará seguramente el
sarandeo preelectoral. Son los menos.
Al acelerar de manera dramática los tiempos que nos separan del “escollo
electoral” el oficialismo metió a la oposición en un atolladero. Puestos todos a reordenar
sus petates, los apremiantes problemas de la gente quedarán para más luego.
Entre la propia tropa muchos juegan ya sin tapujos a la “mancha venenosa”
tratando de despegar a tiempo del abrazo que hunde. Las listas se rearman y las rebeldías se
manifiestan con un desparpajo hasta ahora desconocido. Lo que hasta hace poco sólo se susurraba en
las trastiendas políticas ahora se declara a viva voz en los multimedios.
El inesperado bálsamo del duelo alfonsinista es probable que no alcance ni para una piadosa
tregua pascual. Es que esta vez la casa no está en orden.
A grandes males, novedosos remedios: salga un gobernador, venga un diputado ¿por qué no?
Marche una lista colectora, paralela o como se llame, el asunto es sumar. Nadie da puntada sin hilo
cuando los tiempos son tan cortos y las desventuras tan contundentes.
El sofocón electoral supone la inexorable nacionalización de la campaña, la extrema
polarización del discurso.
Esta vez y, como nunca antes, el oficialismo propondrá jugar al “todo o nada”, a
“yo o el caos”, al “con nosotros o con ellos”. Imposibilitado de imaginarse
gobernando en escenarios de consenso, NK buscará revalidar para sí el lugar del mandamás
garantizándose un buen papel en los titulares del 29J. Para lograrlo todo vale, todo está
permitido, aunque los datos de la realidad ya lo separen dramáticamente de la posibilidad de
mantener las mayorías parlamentarias que le permiten sacar leyes sólo acariciando el
“cuentaganado”.
Para escapar de este clima de sinrazón y dislate vale enfriar la cabeza y recordar que el 28
de junio elegimos legisladores. Es una elección de medio término. Y si bien el resultado define las
características de los dos últimos años de la gestión K, en ningún caso ponen en riesgo ni en
debate su continuidad.
Con la vehemencia que lo caracteriza, NK logrará meter a propios y extraños en una peligrosa
lógica plebiscitaria. Evitar esta encerrona es parte del desafío.
Los días por venir serán difíciles. Habrá que enfrentar dificultades económicas extremas y
con ellas más exclusión y más pobreza. Demandarán de los que gobiernan serenidad, firmeza,
generosidad y consenso, mucho consenso. Monedas políticas escasas en este otoño electoral
destemplado y feroz.