No era tan difícil. Cristina Fernández de Kirchner hizo el viernes lo que tenía
que hacer, y se sacó de su espalda una mochila que venía demasiado pesada. El diálogo, la
negociación y la tolerancia (esta vez con las entidades del campo) deberán ser puntales de ahora en
más para el gobierno.
El calendario va quemando las hojas y, en el 2009, las elecciones legislativas
serán un mojón en la vida política del país, con una oposición difusa, casi inexistente e incapaz
de hacerse fuerte aun cuando las circunstancias de tiempo y espacio así lo propiciaban.
Con un frondoso superávit fiscal y un nivel de reservas acumuladas en el Banco
Central que trepan hasta el cielo, el Ejecutivo, al menos en la cuestión más espinosa que le tocó
sufrir desde que asumió Néstor Kirchner, dejó de lado prejuicios y estilos virulentos: se sentó a
la mesa con los sectores en pugna y admitió la posibilidad de rever algunas decisiones. Cristina,
de ahora en más, deberá conseguir lo que ha sido un imposible hasta acá: atraer inversiones,
esfumar la poca seriedad que rodea a todo lo que tiene que ver con el Indec y poner proa hacia una
gestión previsible y eficiente.
Litros de tinta se han gastado para describir la crisis del campo, las peleas
con el periodismo, los desbordes (como si fueran una puesta en escena) de Luis D'Elía y cuestiones
por el estilo. Es la hora de enfocar la mirada en la oposición. ¿Le sirvió el clima de cacerolas y
cierto pulso antigubernamental para empezar a convertirse en alternativa? La respuesta es no.
Mauricio Macri, como extraña paradoja, fue el dirigente que más lejos se mantuvo
del conflicto agropecuario pese a que desde Balcarce 50 se vinculó al paro con la derecha, o con
sectores liberales que seguramente abonarían una candidatura presidencial del titular de Boca. Para
el líder de PRO su futuro político depende de la gestión en ciudad de Buenos Aires, un enclave
geográfico escarpado donde la administración es a la política lo que Soda Stereo a la música: mucho
marketing. Y ahí va Mauricio, intentando que su partido sea algo más que una agrupación
distrital.
Sabe que en el mientras tanto deberá cuidar su relación con Cristina para evitar
la recurrencia del caos que, de vez en vez, se asienta en algunos de los cien barrios porteños.
Carrió debería poner el freno de mano y observar profundamente el estado de la
Coalición Cívica, un difícil entramado de señoras y señores inteligentes a la hora de aparecer en
los medios, pero carentes de la menor noción de lo que es el poder. Y el poder en la Argentina se
llama peronismo. Y si no que lo explique el escritor-diputado Fernando Iglesias, quien le dejó la
pelota servida a D'Elía en un estudio de televisión. Esta vez, el piquetero oficial la puso en el
ángulo con sus observaciones hacia el Grupo Clarín.
Loco país. El primer sábado de marzo, la revista Noticias puso en tapa "El pacto
Kirchner-Clarín", aduciendo que el ex presidente "usa al diario como agencia de noticias propia.
Las primicias son apenas la cara visible de la próspera sociedad con Héctor Magnetto", el hombre
fuerte del gran diario argentino.
Ayer (dos semanas después de la portada de marras), la misma publicación habla
de "El plan venganza de Kirchner", anunciando cómo el santacruceño piensa arruinarle negocios al
Grupo. En política dos más dos jamás son cuatro, al menos en la desquiciada Argentina.
Lo cierto es que frente a estos escenarios se comprueba que no hay oposición,
hay opositores. La figura de Hermes Binner empezó a titilar desde hace semanas en los medios
nacionales como el principal candidato a la Presidencia que podría sacarle al kirchnerismo la
mácula de centroizquierda. Pero Binner, como Macri, tiene que gobernar y sabe que los bravíos
muchachos que llegaron desde el sur no están habituados a poner la otra mejilla.
El gobernador se columpiará entre declaraciones de compromiso cuando estalle
alguna que otra crisis pero irá al Salón Blanco todas las veces que se lo invite. El tiempo
electoral está después, piensa Binner, mientras se esmera en su tarea de equilibrista.
Los opositores no pudieron siquiera organizar una rueda de prensa conjunta
mientras se sucedían los cacerolazos o las diatribas contra algunos medios. Carrió quien siempre
dijo que los peronistas "eran parte del problema pero jamás de la solución" salió con el mediomundo
de Gerardo Comte Grand a pescar justicialistas, pero, se sabe, no es tiempo de pesca en el
movimiento. Menos ahora que Kirchner ha regresado a él, sabedor de que la transversalidad fue un
sueño que se terminó.
En política un año no es nada, y poco más que eso falta para las elecciones de
primer mandato. Para los opositores parece una eternidad. Las astillas del 2001 siguen pegando en
los partidos políticos, algo que advirtió Kirchner con su decisión de ponerse al frente del PJ para
organizar algo que se parezca al otrora movimiento nacional organizado.
La UCR es una cáscara vacía. Sin otra cosa que el escudo, el radicalismo no
encuentra su lugar en el mundo con demasiadas fugas y habituales torpezas. El ARI consolidó su
ruptura y, seguramente, los rupturistas se constituirán en la próxima carnada que Kirchner ponga en
el anzuelo.
Borocotó ha sido un pionero, el primero de una larga fila de travestis políticos
que camaleónicamente pegan barquinazos a diestra y siniestra.
La presidenta de la Nación dio un gesto contundente, y típicamente peronista, al
recibir al díscolo gobernador cordobés, Juan Schiaretti. Tampoco para Carlos Reutemann habrá
bolilla negra pese a los rumores y la información contaminada que compran algunos. El gobierno debe
cerrar filas con todos sus gobernadores y líderes comarcales: a la task force de Balcarce 50 no se
le escapa que la parada legislativa del año próximo es trascendente. Pese a todas las
especulaciones, para unos (oficialismo) y otros (oposición) no hay 2011 sin 2009, sólo que los
últimos parecen no haberse enterado.
En Santa Fe, el justicialismo quiere sacar la cabeza de abajo del agua tras un
período de duelo por la derrota del 2007. No le será fácil. Tiene como frontera la depuración
dirigencial, la aparición de nuevas caras y la necesidad extrema de cambiar su actual
conducción.
El Frente Progresista comete pocos errores mientras empieza a conocer todos los
rincones de la burocracia. "No hagan ruido que nos están escuchando", es la consigna que baja desde
la Casa Gris. Pese a las inocultables líneas internas que atraviesan al PS, logró converger en una
lista que les ofrece espacio a todos los sectores. Rubén Giustiniani seguirá conduciendo a nivel
nacional y Miguel Lifschitz estará al frente del socialismo santafesino. "Uno para vos, otro para
mí, eso es lo que hicimos", blanqueó ante LaCapital una fuente partidaria.
La capacidad política de Giustiniani y el particularísimo concepto de militancia
que tienen los socialistas convierte en una fantochada la pretensión del cooptado K Ariel Basteiro
de ganar las internas. La tranquilidad después de la paliza sería el título ideal para describir el
final de varias semanas de jaleos, tensiones, pulsos acelerados, cortes de ruta, contrapiquetes y
muchos insultos.
Nadie quería (ni quiere) seguir con eso.