El tipo, un hombre ya mayor, coloca un candado en una puerta de alambre grueso de las de antes, de las de esos tiempos en los que para resguardar la intimidad no hacía falta que fueran inviolables ni ventanas cargadas de gruesas rejas que ahora desafían con éxito relativo a una barreta. Dos agentes de la comisaría cercana lo acompañan. Los vecinos observan con disimulo por entre las persianas entreabiertas. En la vereda se amontonan un par de colchones que dan pena donde tres chiquitos juegan a tirarse y rodar. Dos madres insultan al viejo por lo bajo. Acaba de producirse el desalojo de una de las tantas viviendas sin habitar tomadas por ocupas integrantes de bandas dedicadas a extorsionar a los dueños. No se trata de un caso de uso social y nadie responde a las mujeres, cada vez más nerviosas. El hombre, dueño de la modesta casita seguramente de sus abuelos, estilo chorizo y con techos de chapa, se marcha acompañado por los policías mientras una de las indignadas sin techo le grita: "A ese candado te lo abro con los dientes, te lo abro". Las palabras mezcladas con furia mueren en el vacío y se desploman en la vereda, junto a los mugrosos colchones que quedarán de recuerdo. Lo que más bronca me da, dice la más joven de las madres, es que el Gordo nos va a relajar y no va a creer que vino la cana. Seguro que nos comemos un par de cachetadas y algo más. El quería que aguantáramos por lo menos una semana para hacer un buen arreglo. Si nos hubiera escuchado cuando le dijimos que con un viejito achacado que no pudiera caminar no nos sacaba nadie no nos dio bolilla. Sabido es que si hay menores o enfermos entre quienes efectúan la invasión, un juez demorará varios meses hasta ordenar el desahucio. Ahora, andá a saber adónde nos manda. A mí me lo recomendaron al Gordo cuando estuve casi un año desempleada y no tenía dónde caerme muerta, comenta la otra. Me dijeron que fuera con el pelo medio revuelto, sin maquillaje y algo andrajosa para que la mujer me permitiera entrar a verlo. Es muy celosa. Y con razón. Al Gordo, flor de mano larga, todos los colectivos lo dejan bien. La escena descripta y los diálogos no son inventados. En ésta como en otras tantas ciudades es elevado el número de terrenos abandonados y de viviendas sin uso. Algunas no tienen herederos, están en juicio o embargadas. Se producen entonces situaciones ambiguas. En ocasiones, los usurpadores optan por el completo saqueo. Otras veces, aconsejado por abogados carroñeros, el cabecilla sigue los pasos que les recomiendan e inician trámites con el propósito de obtener la posesión por derecha. Hecha la ley, hecha la trampa. Y la Justicia, manejada por el poder político, es así manipulada para obrar con impunidad. Esto es, robar con garantías.