Pasaron casi 100 días que atravesaron como un rayo el país. El conflicto derivó
en mucho más que una pulseada entre el gobierno y el campo: desnudó las limitaciones del gobierno a
la hora de ejercer el poder abanicando las decisiones, puso en escena la fragilidad de utilizar un
liderazgo basado más en el temor que en el carisma afectivo y, otra vez, mostró la labilidad del
peronismo a la hora de escurrirse, bifurcarse, mutar en otra cosa de la que venía siendo.
La Argentina quedó envuelta en en una severísima crisis de abastecimiento, en un
mar de dudas respecto de los costos inflacionarios que sobrevendrán y con economías regionales que
pasaron del éxito a la devastación. Y todo por casi nada,
Quien sintetizó mejor que nadie el día después del levantamiento de la medida de
fuerza fue el gobernador santafesino, Hermes Binner, dueño de un estilo dialéctico parco, pero
contundente cuando suelta amarras: "Esta forma de gobernar llegó a su fin", dijo el hierático
socialista.
Es verdad que los Kirchner jamás condujeron corridos por la crisis. Néstor vivió
en Santa Cruz el esplendor de las regalías petroleras, gozó de las bondades de una provincia chica
pero rica y santacrucificó en apenas meses a toda la Nación desde que asumió su cargo en el 2003.
El país, entonces, requería de liderazgo fuerte tras la estrambótica gestión de Fernando de la Rúa,
quien dejó la anarquía como marca registrada.
Néstor lo hizo. Kirchner gozó de un bill de indemnidad pese a la falta de
diálogo con la oposición, a su recelo para reunir al gabinete, a su renuencia para conceder
conferencias de prensa o entrevistas a periodistas que no hayan sido previamente domesticados. Copó
la calle con los movimientos piqueteros que desalojaron de la Presidencia a Eduardo Duhalde, cooptó
a lo peor del duhaldismo, esos barones del conurbano travestidos por las cajas de ocasión, y se
calzó el traje de "progresista" trayendo a su redil a Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto. Un
extraño mix, pero Néstor lo hizo.
El gobierno kirchnerista jamás tuvo una oposición que estuviera a la altura del
conflicto. El país está regado de opositores con cierta figuración mediática, pero sin una base de
sustentación capaz de darle a la sociedad garantías de gobernabilidad. No es casualidad que el
único partido que nacionalmente quedó en pie sea el justicialismo.
Hasta que aparecieron esos hombres y mujeres formados con otra madera, curtidos
por el trabajo rural y con los bolsillos henchidos de dinero gracias al dios soja. El duelo de
poder le estalló a Cristina Fernández, quien midió mal al adversario, desaprovechó la salida de
Martín Lousteau para descomprimir y utilizó ciertos giros verbales de su antecesor para correr
ideológicamente a los chacareros.
"Ideología, necesito una para vivir", escribió Cazuza, un mítico músico
brasileño decepcionado por izquierdas y derechas. Eso es lo que pasa en el interior profundo, lo
que les sucede a los gringos que amanecen cuando cantan los gallos. No es lo mismo que la "puta
oligarquía", un hit que despuntó toda vez que las organizaciones sociales del kirchnerismo,
encabezadas por Luis D’Elía, salieron a limpiar las calles.
Hablar de "el campo" como unidad que no diferencia matices fue un error
gravísimo del Ejecutivo. Jamás podrían haberse unificado la Sociedad Rural y Federación Agraria sin
una decisión tan absurda como la de cobrar el mismo porcentaje de retenciones a un minifundista que
a un terrateniente de la Pampa Húmeda. Cristina lo hizo.
¿Llegó el viernes a las 24 horas el final del paro o es una nueva tregua a la
espera de mejores noticias? El tiempo lo dirá, pero el gobierno está metido en un brete. La
decisión de enviar la iniciativa al Parlamento puso sobre las tablas a un protagonista inesperado:
el vicepresidente Julio Cobos, quien tiene una oportunidad histórica de darle un matiz de
normalidad a este diálogo de sordos. Pero el estilo K no puede con su genio: los gobernadores que
responden a la Casa Rosada vaciaron la reunión de mañana, en la que solamente se verán las caras
Binner, Alberto Rodríguez Saá y Juan Schiaretti.
El mapa político. Políticamente aparecieron nuevos jugadores en escena: Duhalde,
como un tiburón hambriento, comenzó con una tarea de armado político y recibió en las últimas horas
a intendentes del conurbano bonaerense preocupados por el cuadro de situación. Carlos Reutemann
rompió su laconismo legislativo y se posicionó nuevamente de cara a futuros turnos electorales,
Schiaretti pudo hacer olvidar por unos meses la cuestionada elección cordobesa que lo consagró
gobernador, Mauricio Macri se dio cuenta al final del conflicto que su voz no se escuchó, y Elisa
Carrió decidió columpiarse entre la moderación y algunos brotes apocalípticos.
Binner ya adquirió definitivamente protagonismo nacional. Es mirado con buenos
ojos por los protagonistas agropecuarios de la crisis, y se referencian en él intelectuales y
politólogos que van desde la derecha a la centroizquierda. El problema que tiene el gobernador si
es que decide encarar un proyecto nacional es el peso que carga en la conciencia colectiva la
eficiencia de las alianzas. Obviamente el Partido Socialista no puede por sí solo competir contra
las maquinarias electorales y necesita políticas de coalición con otras fuerzas. Tendrá que apostar
a trabajos de ingeniería política cualitativamente importantes.
Lo mejor de esta sucesión de dislates entre gobierno y dirigentes ruralistas es
que se terminó. Cristina debe recomponer su imagen raída y cambiar un estilo que eriza la piel de
buena parte de la sociedad. Apostar al diálogo, al acuerdismo y airear la Casa Rosada es
imprescindible.
Una misión tan difícil como cambiar el guión de la fábula de la rana y el
escorpión.