Por Mauricio Maronna
Se escribió en 2016 y se comprobó en las primarias de agosto de 2019: "Con precios altos, Mauricio Macri no tiene futuro político".
A dos semanas de las elecciones todos los datos —pero más que eso las percepciones políticas— indican que el presidente de la Nación no podrá ser reelecto. Lo describe ayer el más lúcido analista político que tiene la Argentina, Eduardo Fidanza: "Los indicadores de opinión no han variado sustancialmente, aunque lo aclamen con fervor religioso esperando un milagro. El misticismo es la fase superior del macrismo, pero parece que no alcanzará".
El debate es uno de los escenarios finales, pero casi nada puede esperarse de él por el formato que le han dispuesto. Casi no hay posibilidades de cruces, y no se entiende por qué habrá más periodistas que candidatos. Toda una rareza en el derecho comparado. Salvo que alguien pase por encima del protocolo acordado (por lo que deberá pagar doscientos mil pesos de multa), seis postulantes hablando sobre abstracciones no parece ser un anzuelo para pescar grandes piezas.
Pese a esas objeciones el evento de esta noche es para la política un mojón fundamental. Y es lo que les permitirá a los aspirantes presidenciales mantenerse en los medios durante los próximos días. Los que conocen la entretela saben que en eso radica el beneficio de los debates.
En qué te has convertido
Se habla habitualmente en los medios de alguna frase que hayan dicho, por afuera de las naderías habituales, durante bastante tiempo después de producido el acontecimiento. El "en qué te has convertido, Daniel, parecés un panelista de 678" repercutió favorablemente para el actual presidente. ¿Habrá hoy alguna de esas estocadas?
Pero que nadie piense que el debate va a cambiar el curso de las cosas. Así como el 2017 se dio un acontecimiento inédito, con Cambiemos ganando las elecciones legislativas pese a la mala economía, hoy, más que nunca, cobra valor aquella frase que le susurraron a Bill Clinton: "Es la economía, estúpido".
El gobierno llega a los días previos del 27 de octubre con una estrategia ciertamente novedosa. El presidente, como si fuese un candidato opositor, recorre ciudades con un discurso envalentonado y prometiendo cosas que no llevó adelante en estos cuatro años de gestión. La promesa incumplida respecto de Ganancias fue el primer mordiscón de Macri a la manzana envenenada. La clase media no se lo perdonó. Y no le perdonó el 11 de agosto el desbande inflacionario.
La gravedad de la situación económica, de la mano de la inflación y los salarios, fue expresada, ayer, por un tuitero, con esa simplicidad que pone blanco sobre negro y explica las cosas mejor que mil palabras: "El mes pasado recibí 10 mil pesos de aumento y llegué a fin de mes con menos plata que el mes anterior".
El economicidio del gobierno de Juntos por el Cambio no registra antecedentes. Algún lector querrá compararlo con la experiencia frustrante de la Alianza, pero Fernando de la Rúa, a diferencia de Macri, no recibió trato privilegiado de los organismos internacionales de crédito, incluido el FMI. No existe al respecto ni punto de comparación.
Macri se ha reinventado en estas últimas semanas de campaña en las provincias argentinas con el perfil tribunero de un presidente populista, abjurando de lo que fue su discurso hasta los comicios de agosto pasado. Pero, por el antecedente inmediato, que es su propia gestión, la mayoría descree de sus nuevas promesas.
Para el ex presidente de Boca Juniors es necesario trepar desde el 34 por ciento de los votos que cosechó en primarias para mantenerse en un primer plano como jefe de la oposición, algo en que no creen algunos funcionarios de su gobierno. "Yo no me voy a quedar en un lugar en el que hay gente que te patea los tobillos", dijo una calificadísima autoridad oficial.
La guerra interna
Todas las miradas para conducir al posmacrismo conducen a Horacio Rodríguez Larreta, pero primero tendrá que ganar en primera vuelta y después decidirse al liderazgo interno. Cerca de Emilio Monzó sostienen que habrá quince diputados dispuestos a darle formato al posmacrismo, desde el "ala política", y rechazar cualquier posibilidad de acuerdo con Elisa Carrió, a quien un ministro calificó de "enajenada y dispuesta romper Cambiemos para sobrevivir".
Mientras tanto, Alberto Fernández se mueve como un presidente electo, se da el lujo de decir que los debates no sirven para nada y va delineando su futuro esquema ministerial. A la espera de esa definición está Omar Perotti, quien deberá blanquear el nombre de su ministro —o ministra— de Seguridad.
Fernández tendría decidido disolver el Ministerio de Seguridad nacional. La idea es crear un ámbito con Gendarmería, Policía Federal, Policía de Seguridad Aeroportuaria, Prefectura, y un mando político con más de una cabeza.
A la luz de esa modificación, Perotti deberá consensuar su propia área clave del futuro gobierno. La única promesa de campaña del rafaelino fue modificar los índices de la inseguridad en la provincia de Santa Fe, alcanzando "orden y paz". Sabe que por esa premisa será juzgada su gestión. Al menos, de entrada.
A propósito, la rebelión peronista en Diputados por el Plan Abre, parece cumplir lo que un dirigente peronista le dijo a LaCapital hace dos semanas: "La mesa de la transición no se va a reunir nunca más, no sirve para nada". Según esta fuente, el futuro inmediato ya depende "de los coroneles" y no "de los soldados". Los "coroneles" son Miguel Lifschitz y Perotti.
Cuando todo haya pasado, luego del 27 de octubre, habrá llegado el momento de pensar en lo importante: el acuerdo de gobernabilidad.