A dos años casi exactos de haber asumido Mauricio Macri la Presidencia de la Nación, nueve ex funcionarios del gobierno anterior están presos y Cristina Kirchner tiene sobre sus hombros un pedido de desafuero, como paso previo a la detención. ¿Alguien, en su sano juicio político, imaginó este zarandeo en diciembre de 2015?
Ironía mediante, en Argentina los únicos privilegiados son los senadores nacionales, ya no los niños. Sólo han zafado de la ordalía de detenciones Carlos Menem y Cristina, curiosamente los dos senadores que fueron presidentes por el voto popular. Ha dicho Miguel Pichetto que no le concederán el desafuero a ninguno de los dos hasta que haya condena firme, rubricada por la Corte Suprema.
Se sabe que Pichetto no es, precisamente, un canto a la lealtad: lo que prima ahí es el temor de que vayan por ellos (los senadores) y no les quede ni el bill de impunidad que puede representar una banca. "Para los ciudadanos comunes, a quienes generalmente les cuesta entender los vericuetos del poder, lo que estimula el descreimiento, todo es más riguroso. A ellos no se les permite acceder a empleos con problemas legales mucho menos importantes que un procesamiento por corrupción o por traición a la patria. ¿Qué clase de privilegios amparan a los políticos?", escribió el periodista Pablo Mendelevich, en una impecable columna del diario La Nación.
Pero, la impunidad senatorial es, apenas, un índice más de este expediente abstracto que implica comprobar que, por primera vez desde la posdictadura, hay ex funcionarios presos. Y por doquier. Por estas horas, en el gobierno cabalgan sobre dos sentimientos. El primero muestra felicidad por el derrotero de las causas, que les permite cumplir con la base de votantes más fanática de Cambiemos, esa que quiere ver presa a la mayor cantidad de kirchneristas posible. La otra muestra preocupación: los nueve presos kirchneristas de hoy pueden ser los presos macristas de mañana.
Claudio Bonadio es la pulimentada imagen de la Justicia nativa. Nadie podría creer que se puede fomentar un Mani Pulite con semejante personaje. Fue la nave insignia de los jueces de la servilleta de Corach, asumió antes de 1994, cuando no existía el Consejo de la Magistratura, y recién sobre el final de los mandatos de los Kirchner se sacó el bozal. Pero, se diga lo que se diga, a Bonadio no le tiembla el pulso para mandar kirchneristas a la cárcel ni para pedir la detención de Cristina.
Nadie sabe cómo terminará esta historia. Bonadio ya prepara su jubilación y, seguramente, les dejará a sus colegas la brasa en la mano. El riesgo del gobierno no es menor. Si todas estas causas, que han logrado un estruendo furibundo, merced a la mediatización del canal de noticias amigo de la Casa Rosada, no concluyen en condenas, los haters oficialistas podrían volverse en contra, como un boomerang.
Si por una vez los jueces argentinos —tal vez el principal problema de las instituciones del país— se ajustan a derecho en tiempo y forma —siempre que eso sea de verdad "hacer Justicia"— todos los funcionarios actuales deberán andar derechitos como una vela. Lamentablemente para algunos, ya tienen cuestiones dudosas en el placard.
Hay algo que terminó de nacer (el macrismo) y algo que murió en términos de poder (el kirchnerismo). Lo que viene como oposición es una verdadera incógnita. Seguramente, nada demasiado confrontativo podrá esperar el peronismo como alternativa de poder si es Pichetto el encargado de conducir las acciones. Salvo que cambie el humor del viento.
Pero volvamos a la impunidad que garantiza el Senado de la Nación. ¿Cuánto tiempo más podrá estar preso Julio De Vido, a quien sí la Cámara de Diputados le quitó los fueros para que marche a la cárcel? Los senadores ya no sólo serían ciudadanos de primera respecto de los ciudadanos comunes, sino que resultarían privilegiados frente a los diputados de la Nación. Qué país extraño es Argentina.
El gobierno nacional recibió la mejor noticia que podía esperar: Pichetto rompió al peronismo en el Senado y, de ahora en más, todo será materia negociable. Si el justicialismo hacía causa común en un ámbito que maneja desde 1972, todo se le hubiera hecho cuesta arriba a Macri. Pichetto y los gobernadores de las provincias chicas, más Córdoba, le liberaron las cadenas al presidente para que llegue al 2019 sin demasiados sobresaltos legislativos.
Hay un lógica oficialista imperecedera en Pichetto, quien además, ahora, pudo negociar su propia jefatura. Si el bloque era uno solo, a Pichetto le hubiera faltado autoridad para conducirlo. Esa ruptura entre el bloque de los Pichetto's boys y los ocho de Cristina es tan importante para Macri como el triunfo que obtuvo el 22 de octubre. Podrá decir el dirigente rionegrino: no es traición, son lealtades sucesivas.
Las resoluciones de Bonadio llegaron en un momento clave, cuando el gobierno no la está pasando nada bien en materia económica y, además, comenzaba a extenderse como una mancha de humedad la impresentable decisión de querer hacer caja con los jubilados y la reforma laboral. Para que esas medidas antipopulares pasen el filtro del Senado hay que tener siempre la capacidad de operar en terreno enemigo.
El gobierno operó a fondo a la hora de quebrar la unidad opositora parlamentaria. Funcionó, y muy bien, el viaje a Manhattan con tres gobernadores.
Macri lo hizo. Chapeau.