Allá por el año 2000, publicaciones de investigadores y epidemiólogos sobre el uso de la telefonía celular advertían y prevenían con citas tales como: "La exposición a los campos electromagnéticos podría provocar estrés, pérdida de memoria, dolores de cabeza e insomnio, además de riesgos para los niños cuyo sistema inmunitario posee menor fortaleza y los hace más vulnerables". "Es necesario tomar medidas para evitar una epidemia de tumores cerebrales en el mundo".
Una década de dudas y nada ha cambiado. La escasa contundencia de las recientes conclusiones científicas del panel de expertos convocados por la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la Organización Mundial de la Salud y el modo de difundirlas con términos como "evidencias limitadas", "pruebas no concluyentes" abonan junto al marketing, la laxitud con que desde la sociedad es abordada esta grave cuestión.
Sin embargo la observación responsable desde el ángulo de la cautela muestra que la posibilidad de contraer cáncer existe y por tanto también el riesgo de vida, por lo que ante tamaña potencialidad de un elemento que nos puede enfermar, resulta contradictoria y hasta pueril la sugerencia a secas de usarlo racionalmente.
La problemática es compleja pues como si no fuera bastante con el aparatito, el sistema requiere la presencia de antenas, a veces emplazadas sobre edificios, otras sobre pesadas estructuras metálicas que aunque prohibidas perviven erguidas y amenazantes. De allí arriba se irradian distintas potencias con frecuencias acordes al servicio del que se trate (AM, FM, TV, HF, VHF, UHF, redes de Wi Fi y telefonía celular), con parámetros dentro de los cuales, "según el protocolo vigente" no afectarían a la población, aunque hay miembros de la comunidad científica que opinan en contrario y polemizan sobre la potencia generada por las antenas de estaciones base de telefonía celular que son también un riesgo para la salud de los vecinos colindantes por lo que la población debería mantenerse alejada del contacto directo con estas antenas, además de la perogrullada de no estar abajo cuando se caen.
El caso requiere acciones y respuestas concretas, mediciones de equipos adecuados y homologados mostrando a los vecinos movilizados (que preguntan el porqué de una cantidad significativa de enfermos en derredor de una antena) que los valores emitidos son inocuos y que no estamos en presencia de “puntos calientes” (cuando la radiación resultante del aporte de todas las fuentes de radiofrecuencia presentes superan los niveles máximos de exposición de un ser humano), normas sobre el tratamiento y destino final de los desechos, ya que las empresas en el país incorporan anualmente entre 10 y 12 millones de nuevos aparatos de telefonía celular, y no menos del doble de cargadores de baterías (para la casa, la oficina, el auto), y dejan tras de sí en número similar a los viejos equipos transformados en miles de toneladas de descarte mínimamente reciclados, con gran impacto de metales pesados y sustancias químicas tóxicas persistentes agresivas del medio ambiente, que afectan la salud de los recuperadores informales en su manipulación y se degradan en basurales contaminando suelos y napas o con el paso del tiempo al ser liberados a la atmósfera.
El móvil, a diferencia del teléfono fijo, está siempre emitiendo y recibiendo ondas, un constante rebote desde y hacia la celda libre más cercana y por ser radiaciones no ionizantes traspasan nuestro cuerpo sin que nos demos cuenta; así funcionan los 57 millones de equipos puestos sobre la mesa de luz, en la cartera de la dama, el cinturón del caballero o la mochila del escolar, buena parte de ellos “calentando” orejas y recovecos cerebrales durante 5.000 millones de llamadas mensuales que concretadas entre éstos emisores de microondas se supone pueden provocar efectos nocivos.
Ante la evidencia científica sobre la peligrosidad y daños potenciales, el principio precautorio debe guiar la acción protectiva desde el Estado, no obstante en la “relación peligrosa” también algunas medidas coadyuvan a la prevención por el usuario:
1) Usar el sistema de manos libres, el altavoz del equipo o enviar mensajes de texto.
2) No hablar muchos minutos seguidos (en el cuerpo hay áreas que son sensibles al calor y a los que las radiaciones producen daños más fácilmente como los ojos y el cerebro).
3) Contraindicarlo a personas vulnerables por determinadas afecciones neurológicas.
4) Colocar el equipo lejos de nuestro cuerpo, cada vez que esto sea posible.
5) Conservar el teléfono en carteras, portafolios, evitando la cercanía a puntos frágiles del cuerpo.
6) Reemplazar el celular por la telefonía pública, la fija del hogar o la computadora. Dormir con el móvil lejos del cuerpo.
7) Consultar sobre los equipos menos riesgosos en listas indicativas de la radiación que cada modelo emite (a mayor radiación emitida mayor peligrosidad).
8) Recordar que los niños son más vulnerables a los efectos de las microondas porque a su cerebro acceden mucho más fácil las radiaciones, al igual que para el bebé de la mujer embarazada.
9) Cuidar que su cercanía no interfiera con equipos médicos, monitores de actividad cardíaca, audífonos y marcapasos. En este último caso no guardar sobre el pecho.
10) No utilizar el celular mientras se conduce. La alteración en la concentración incrementa la siniestralidad.
11) Siempre que la señal es débil, por estar en interiores o por haber interferencias, la radiación emitida es mayor.
Corresponde a las empresas hacerse cargo de los costos o realizar directamente, la recolección, reciclado, y descontaminación de los productos por ellas introducidos al mercado, y aportar mediciones, con publicidad de lugares y valores censados que aseguren la inexistencia de radiaciones con riesgos a la salud pública.
Al Estado le cabe exigir el cumplimiento de los puntos anteriores y otras medidas inminentes como evitar que estructuras y antenas se emplacen o sigan permaneciendo cerca de guarderías, escuelas, hospitales y centros similares, donde se encuentra la población más sensible; desarrollar campañas para la educación del consumo con las prevenciones para el uso prudente de la telefonía celular y publicar listas de modelos existentes y la radiación que cada uno de ellos emite.
Lejos de la hilaridad inconsciente que suele producir el tratamiento de estos temas, la cuestión debe ocupar el lugar que merece merced a una profusa y adecuada información, destinando medios científicos y económicos para el conocimiento a partir del cual, antenas, equipos de telefonía, sus desechos y las ondas del espectro radioeléctrico nos brinden comunicaciones en una relación de indudable armonía con la salud y el medio ambiente.
(*) Jefe de la Oficina Municipal del Consumidor