"Que me odien a condición de que me teman".
"Que me odien a condición de que me teman".
Calígula
En los albores de la Era Cristiana, Calígula inauguró junto con su antecesor Tiberio –quien había gobernado en la época en que Jesús de Nazareth fue crucificado– la lista de los llamados emperadores monstruos, donde la crueldad y el desprecio por las incipientes instituciones eran moneda corriente.
A lo largo de dos mil años, muchos émulos de estos semidioses construyeron su poder con el terror. La barbarie, que no sólo fue propiedad de los romanos, se extendió como un virus y, como tal, adoptó diversas formas y coberturas. Dictadores y mesiánicos de toda laya, en nombre de la religión, de los sagrados intereses del reino o del imperio, de la seguridad nacional, del capitalismo, del comunismo, de la raza y de otras falacias que encubrían propósitos económicos, hegemónicos o meramente sádicos, diezmaron a gran parte de la humanidad. Pero el miedo también fue usado por líderes y por gobiernos democráticos y, en ese sentido, Latinoamérica en general y la Argentina en particular, han sido tan pródigas como su suelo. Hoy se sigue apelando al miedo para acumular poder, aunque con nuevas formas y modos más sutiles.
Maquiavelo se preguntaba "si valía ser más amado que temido y concluía que era más seguro ser temido que amado, porque los hombres temen menos ofender al que se hace amar que al que se hace temer". Tal aserto parece guiar el discurso crispado y la sentencia apocalíptica "yo o el abismo" de quienes nos gobiernan, lo que, lejos de aplacar un ánimo colectivo cada vez más cercano a la alarma social, lo inquieta aún más. No le faltan razones a esta sociedad para caer en el desasosiego. Pareciera que diferentes miedos se van acumulando en la conciencia colectiva. A la creciente zozobra económica, obra de desaguisados externos e internos, se suma el miedo a la inseguridad, quizás el más notable por su fuerte presencia en los medios.
Pero si nos faltaba otro motivo de inquietud, llegó el dengue (y "llegó para quedarse", según la ministra de Salud), como una amenaza cierta, cuyos riesgos todavía no fueron medidos en su magnitud. Carente de reflejos, tal vez enfrascado en otras prioridades electoralistas, el gobierno no reaccionó ante un peligro en ciernes que le había sido anunciado. Afecto a los anuncios mediáticos, impidió sin embargo su divulgación oficial, ante el primer indicio de epidemia en el Chaco. Tampoco la ministra de Salud de aquella provincia, esposa del gobernador, estuvo a la altura de las circunstancias merced a su inveterada ineptitud, lo que en otras gobernaciones ausentes de nepotismo, le hubiera valido su destitución; curiosidades de un país donde un ministro de salud –lo mismo que en el Ministerio nacional– no es precisamente un médico. Y en el momento en el que se ordena a los senadores oficialistas no votar la emergencia sanitaria –"para no afectar la imagen del país, ni asustar a la población ni al turismo"– se multiplican los contagiados y las provincias involucradas. Pero también el miedo crece por la ola de delitos que parece no tener fin y que sume en una suerte de letargo por igual a jueces, policías y funcionarios que siguen discutiendo sobre cuál de los poderes debe poner coto a esa malhadada cadena de crímenes e impunidad, mientras aumenta el número de familias desarticuladas. ¿Cuánto hay de sensación de inseguridad, como afirman funcionarios del gobierno y de la Corte y cuánto de inseguridad real? ¿Son acaso los medios los creadores absolutos de esa percepción o, en el país de los eufemismos, éste es uno más?
Roberto L. Barbeito ("El miedo es el mensaje. Riesgo, Incertidumbre y Medios de Comunicación", de Enrique Gil Calvo) se pregunta si se está incrementando el nivel objetivo de riesgos reales o lo único que aumenta es el alarmismo, dada la gran inflación mediática y el poder central que ocupan los medios de comunicación. ¿Se trata de un espejismo o hay algo más? ¿Ha crecido el riesgo real que padecemos los ciudadanos (económico, laboral, físico, medioambiental, sanitario, delictual) o lo que ha aumentado es el miedo social motivado por el poder central de los medios de comunicación? La cuestión tiene una respuesta explícita: se han incrementado los riesgos y los miedos reales, no sólo los mediáticos. Y esos miedos, al revés de lo que sucedía hasta hace poco tiempo, no son miedos visibles, previsibles, sino miedos invisibles y, a veces, ocultos.
Cabe preguntarnos si a nosotros, en tanto televidentes, nos interesan las noticias "pacíficas". Bonilla y Tamayo señalan, a propósito de la cobertura de un conflicto armado, que "la fascinación que producen los hechos de guerra en las agendas mediáticas obedece a que estos acontecimientos están asociados a valores-noticia que privilegian el drama, la tragedia, la novedad, la espectacularidad, el antagonismo, el heroísmo. Narrativas frente a las cuales los hechos de paz viven en un constante segundo plano, debido a que no están relacionados con lo insólito, dramático e impactante". Si cierto periodismo amarillo exagera y amplía los hechos de inseguridad, la prensa en general se rige por reglas que, además de la información objetiva y de la opinión, prioriza la primicia.
En la multiplicidad de canales de noticias cuya estructura informativa se apoya en la repetición de los titulares y su consecuente desarrollo cada media hora, es inevitable su reiteración y el impacto que produce; pero más allá de la frecuencia con que sería conveniente la repetición de hechos de inseguridad o de los que alimenten la inquietud del entramado social (que debería ser un tema central de debate), no es menos cierto que ésta (amplificada o no) es la realidad que tenemos y la misma debe ser modificada.
De acuerdo con Enrique Gil Calvo, "hay un factor político que contribuye a dar mayor relevancia al estado de ansiedad y de incertidumbre con el que los ciudadanos estamos viviendo esta nueva etapa de la humanidad: la desconfianza. Los agentes públicos y privados –los gobiernos, los partidos políticos, los movimientos sociales, las organizaciones multilaterales– no dan respuesta a nuestros problemas, por lo que aumenta el temor al futuro. Las instituciones han perdido su pasada legitimidad por esa falta de eficacia". Cabe preguntarse de dónde vendrán las respuestas, si desde un gobierno en estado de turbación o desde una oposición aún en estado de entelequia.
Entretanto y, parafraseando a Germán Rey (Miradas Oblicuas sobre el Crimen): "Los periodistas, a diferencia de los detectives, no se preocupan por descifrar el delito; su misión es contarlo".