Inflación, empleo y seguridad. Esas son las tres mayores preocupaciones de los santafesinos, por lejos, según todas las encuestas que se han realizado en las últimas horas en la provincia. Para los ciudadanos, no hay espacio para detenerse ni consumir el tiempo en otras cuestiones. Aun así, la política local entra en un jugoso período de aprontes.
Todo el futuro del socialismo y, por extensión, del Frente Progresista depende de las gestiones del gobernador Miguel Lifschitz y de la intendenta de la principal ciudad de la bota, Mónica Fein. Ya no son tiempos de tirar manteca al techo, de mantener la pelota en el piso ni de eslóganes más o menos sugerentes: si el socialismo quiere seguir gobernando por algún período más, desde aquí al 2019 las cosas deberán marcar un salto de calidad.
En eso está Lifschitz, quien trajina la provincia en su integridad, sabedor de que, pese a haber llevado adelante una extensa campaña electoral, su nombre no había logrado un pletórico grado de conocimiento. El gobernador va y viene por las rutas santafesinas, sin tiempo para detenerse un solo día.
La naturaleza le quitó a la administración —en verdad, a la provincia toda— la única noticia positiva que podía esperarse de los anuncios de Mauricio Macri desde el mismo momento que asumió: los beneficios de una cosecha que parecía ir hacia arriba, sobre todo con la rebaja en las retenciones. Las lluvias de abril dejaron la geografía convertida en un lago y lo que ayer podía tributarse como ganancia a futuro hoy son pérdidas millonarias.
Clásico santafesino. Si el escenario sólo hace formular interrogantes, el tiempo político no lo contradice. Como un clásico santafesino de inicio de gestión, Lifschitz también apeló al deseo de protagonizar como gobernador la modificación de la Constitución santafesina. La novedad estuvo en los efectos y las repercusiones de esa pretensión. Créase o no, las mayores objeciones públicas partieron desde el socialismo y no desde los partidos de la oposición. "Algo ha cambiado y eso es nosotros", escribió Litto Nebbia hace algún tiempo.
En verdad, lo que genera ruidos internos en el socialismo —siempre amortiguados cuando hay un grabador encendido— es la cuestión de la reelección del gobernador, algo que siempre, quieran los protagonistas o no, es lo más icónico a la hora de encarar una reforma constitucional en Santa Fe.
Lifschitz, desde el mismo momento en que bosquejó la posibilidad de la modificación de la Carta Magna, evitó autoproscribirse para un eventual segundo mandato si es que se alinean los planetas y la Constitución es otra.
Diferente a lo que planteaba Antonio Bonfatti durante su mandato cuando enarbolaba también la idea reformista. Está ahí el numen de la polémica, aunque nadie lo admitirá en forma pública.
Al margen de esa cuestión, Bonfatti reveló el lunes pasado en un programa televisivo que no estaba de acuerdo en una convocatoria a elecciones de convencionales constituyentes en paralelo a los comicios de 2017. "La reforma debe comenzar a discutirse con toda la sociedad, debe ser muy amplia la convocatoria, no sólo a especialistas. Debemos tratar de confluir en un proyecto común a la mayor cantidad de expresiones. No debe ser en un año electoral para no desvirtuar algo tan trascendente, no puede estar tironeada en función de un proceso electoral", puntualizó el presidente de la Cámara de Diputados.
Por lo pronto, el hecho de que no haya fumata blanca adentro del socialismo postergó hasta nuevo aviso el inicio de las conversaciones formales con dirigentes de la oposición, prevista originalmente para la semana que termina.
Lifschitz esbozó días pasados un cambio de opinión respecto a su autolimitación para un segundo mandato. Ante la tercera pregunta de un periodista porteño respecto de si se excluiría de su propia reelección, el ex intendente rosarino dijo, sin muchas ganas: "Si fuera necesario sí, pero no lo tenemos definido".
No hay ninguna razón fundada para que Lifschitz no pueda aspirar a un nuevo mandato si está constitucionalmente habilitado. Además, decir a más de tres años del final de su mandato que no buscaría tal opción lo podría convertir prematuramente en un pato rango. A quienes conocen la personalidad política del actual gobernador les resultaría extraño escucharlo hablar de ese tipo de renunciamiento.
En el plano interno, y a futuro, el socialismo no tiene demasiadas cartas para jugar en el futuro inmediato. Se terminaron aquellos tiempos de bonanza en que el que florecían los sucesores de Hermes Binner para llegar a la Gobernación. El futuro en el poder depende sólo de la gestión actual y, en caso de que esta sea exitosa habrá dos nombres propios: el de Lifschitz, quien querrá seguir; y el de Bonfatti, quien querrá volver. No hay más.
El PJ, modelo para armar. El justicialismo santafesino, pese a que estuvo muy cerca de ganar las elecciones y definió su conducción partidaria, tiene todo para armar. Nadie que entienda de política cree que la unidad para conformar una lista común entre perottistas, rossistas, evitistas, upcneistas (y siguen los istas) será un lecho de rosas.
El único grupo de poder que se mantiene en el PJ es el de los senadores, quienes impusieron el nombre de Ricardo Olivera para conducir el partido. "A Olivera lo desconoce el 99 por ciento de los santafesinos, pero no queríamos repetir errores y dejarle el partido a alguien con intereses directos para candidatearse a gobernador", dijo a LaCapital una fuente de la Cámara alta. Hasta aquí, el PJ fue un instrumento del kirchnerismo cristinista, pero esa historia se terminó.
Al margen de elucubraciones, y con cierto parecido a la realidad del socialismo, el peronismo tiene en Omar Perotti el único referente en condiciones de disputar con chances la Gobernación. Sin embargo, al senador nacional no le será fácil ganarse la confianza de todo el espectro peronista. "Viste cómo es Omar", repiten como un mantra algunos justicialistas, con el cuero curtido de internas y roscas.
En el PJ rosarino, con casi nula expectativa previa, hoy se sabrá si la departamental estará conducida por Eduardo Toniolli, del Movimiento Evita, o si será Jorge Rodríguez, dirigente del Sindicato de Gastronómicos, apoyado por Marcelo Andrada, de Recolectores.
El desafío para quién gane será el mismo que se repite desde hace décadas: convertir al PJ en un partido competitivo. Desde 1973 que no gana una elección.
Aunque lejos estén las cuestiones políticas de subir la adrenalina de los santafesinos —en medio de preocupaciones más urgentes y terrenales— la cuestión comenzará a ser un canal de tránsito rápido hacia 2017, año en que comenzarán a definirse las historias de oficialismos y oposiciones. Pero ese será tema para una próxima historia.