Frente a la existencia de problemas y, más aún, a nuestra necesidad de
problematizar, y tanto más, cuanto mayor la gravedad, persistencia y consecuencias que les
atribuimos, los seres humanos maduros, conscientes y responsables, comenzamos por asumirlos, no
subestimarlos, ni siquiera ocultarlos o demorar el intento de su solución o, por lo menos, de su
atenuación.
Para ello, es menester que ordenemos, en función de su prioridad e importancia los
problemas que nos afligen, ya sea porque se nos plantean, o porque nos los planteamos, comenzando
por definirlos y caracterizarlos, en procura de analizarlos, evaluarlos, proyectarlos y, hasta
donde podamos, diagnosticarlos, a través de sus síntomas y efectos, para poder, finalmente, actuar
adecuada y oportunamente sobre sus causas, para intentar resolverlos.
Aun cuando el propósito pueda calificarse de ambicioso y, hasta de atrevido,
pretendemos abordarlo en lo que tenga de universal y permanente, es decir, en lo que pueda ser
aplicable en general y siempre, en todo lugar y tiempo, por aquello de que, si una proposición
resiste la prueba de distancia y tiempo, cabe presuponerle, en principio, alguna validez mayor, que
si sólo fuera meramente singular y transitoria.
Creemos que el liderazgo ha de ser: ejemplar, real, emprendedor, innovador,
decididor, tomador de riesgo, creativo, previsible, referente, responsable, persuasivo,
aglutinante, comprometido con la grandeza, con la equidad, con el bien común, con la igualdad de
oportunidades, con la movilidad social ascendente.
También suponemos que el proyecto ha de ser: convocante, factible, de largo plazo,
provocativo, estimulante, desafiante.
Por último, pero no menos importante, liderazgo y proyecto, deben inspirar y
motivar, fundadamente, una confianza esperanzada en un futuro mejor, en un tiempo no tan lejano, y
cuya procura compartamos, protagonizándola, como actores convencidos, para lo cual, esa confianza
esperanzada, ha de ser: fundada, comprometida, participativa, integradora, perseverante en la
búsqueda, más que en el logro.
Pero, no basta cualquier liderazgo ni pseudo-liderazgo, aparente o meramente
formal, ni sólo preocupado por la influencia del poder que ejerce, ni puede carecer del proyecto
que lo exprese, ni ese proyecto puede resignar la identidad, ni resultar irrealizable, ni el
liderazgo y el proyecto, pueden ser suficientes, sin alentar e inducir a una confianza esperanzada,
que les otorgue sustento y concreción, ni la confianza esperanzada puede ser simplemente vana o
ilusoria.
Tampoco, esa triología de liderazgo más proyecto más confianza esperanzada, pueden
alentarse ni agotarse con la expectativa de los beneficios, aunque fueren equitativamente
compartidos, como los costos y el tiempo soportados, sino que, deben, inevitablemente, alimentarse,
con los sueños y la imaginación, necesarios para estimular y potenciar la iniciativa de nuestra
vocación y de nuestra capacidad creativa, porque ni la pequeñez ni la mediocridad, ni la
resignación, ni la sola materialidad, convocan con suficiencia al emprendimiento ni al esfuerzo
continuado y sustentable.
Si nos decidimos a volver a las fuentes perdurables y universales, inspirándonos en
la apertura y en la diversidad multicultural, en la búsqueda del bien, de la verdad, de la
justicia, del respeto mutuo, de la tolerancia, de la convivencia pacífica con "el otro", de la
solidaridad, de la humildad, de la autocrítica, de la autocorrección, de la sinceridad, del
cumplimiento de la palabra empeñada, de la vocación de servir, de la obstinación por la excelencia,
de la referencia y relación con los mejores, del mejoramiento continuo, aprendiendo, desaprendiendo
y reaprendiendo, ejerciendo nuestra libertad con responsabilidad, para ser dignos y apelar a la
dignidad de todos aquellos con los que compartimos valores, fines, creencias, actitudes y
conductas, daremos contenido y proyección a esta "maravillosa aventura de vivir".
Tal vez, así, y sólo así, descubramos, con no poco asombro, que hasta podremos,
incluso, ser capaces de mejorar la economía, y todo lo que con ella se relaciona, sabiendo que lo
económico, felizmente, es y debe ser, un mero medio al servicio de fines superiores, que le vienen
dados y a los que se subordina, y nunca un fin en sí mismo.
Para ello, sin descuidar la capitalización, que sustenta inversiones y operaciones, productivas
e infraestructurales, revalorizaremos el capital humano, social, cultural, científico, tecnológico,
institucional, ambiental, y, por qué no, ético, en un mundo y en un tiempo, en los que, más que las
noticias, los datos y la información, cuentan el conocimiento adquirido y aplicado, el aprendizaje
y la continua educación liberadora, como las variables más relevantes, para que, preservando y
consolidando códigos de vida superior, posibilitemos la igualdad de oportunidades y la movilidad
social ascendente, únicas condiciones que mantienen, en libertad, la intangibilidad dinámica del
tejido y la paz sociales.