Desde el Salón Granada del Biltmore Hotel de Miami habló Mauricio Macri. Fue el miércoles, en un foro organizado por el Instituto Interamericano para la Democracia. “Defensa de la democracia en Las Américas”, fue el título de la ponencia que congregó a personalidades de América latina. Entre ellas el ex mandatario argentino, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, y los ex presidentes Andrés Pastrana (Colombia), Luis Guillermo Solís (Costa Rica) y Osvaldo Hurtado (Ecuador). Sus palabras, salvo algún título suelto en algunas web porteña, pasaron de largo, casi desapercibidas, como casi todo lo que dice y hace desde que dejó el poder en diciembre de 2019.
Desde el atril, Macri dedicó toda su exposición al “virus del populismo” y sus acostumbradas hipérboles cuando sus ejemplos se agotan en su escuálida estructura argumental. El hilo conductor de su discurso (esta vez leyó poco) fue, precisamente, el azote del populismo en la Argentina. “Debilita el sistema institucional, cercena la libertad de expresión y ataca la independencia judicial”, voceó Macri al auditorio.
“Lo que es más complejo –siguió Macri–, que es que el populismo inocula el virus de la resignación. Nos quieren hacer creer que esto es así, que la gente tenga que resignarse a la pobreza, a no tener cloacas, a no tener agua potable y ahora ni siquiera pueden vacunarse. Contra eso es lo que realmente tenemos que luchar”.
A pesar de su presente intrascendente, muchas personas en el país piensan como Macri y desparraman cotidianamente en los medios y en las redes sociales una ristra de eslóganes que, por repetitivos, se lo terminan creyendo. Pero allí están los hechos, las evidencias históricas que derrumban su relato.
Entre todas sus hipérboles, la más osada parece ser la de la “independencia judicial”. Transcurría un mes y medio de su gestión cuando Macri dictó un DNU en el que nombraba a dos jueces para cubrir vacantes en la Corte Suprema, cuando el camino “institucional” expresa que es el Ejecutivo el que propone y el Senado le da acuerdo, previo a audiencias en el Congreso donde se puede impugnar a los candidatos propuestos. Esto finalmente se hizo por el escándalo que provocó el decreto. Finalmente Horacio Rosatti y Carlos Rosenkranstz se convirtieron en supremos por la vía institucional. No entraron al tribunal por la ventana, como quiso inicialmente Macri.
Macri habló el miércoles en Miami. Un día antes, la Corte Suprema dictó un falló a favor de las clases presenciales en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba). Más allá de los argumentos atendibles sobre las autonomías jurisdiccionales, el Poder Judicial invalidó una política de estrategia sanitaria de un gobierno democráticamente elegido, en un momento donde se baten récords diarios de muertes y de contagios. En su lectura política, que no es inocente, la sentencia espolea los ánimos y la ambición política de un dirigente de su partido: Horacio Rodríguez Larreta.
La “independencia judicial” que propugna Macri queda en entredicho con lo que hizo su gobierno con el montaje de un sistema de espionaje que no solo involucró a opositores sino también a gente de su partido. Toda con el amparo de parte del Poder Judicial. Y quedó acreditado en las asiduas visitas que hacían, al menos dos jueces (Gustavo Hornos y Mariano Borinsky) , a la Casa Rosada o a Olivos. Muchas veces, tras esas “tertulias”, estos jueces dictaban sentencias en contra de funcionarios del gobierno anterior.
Macri también habló que el virus del populismo inocula la resignación de, por ejemplo, la aceptación de la pobreza. Cuando él tomó el comando de la Casa Rosada, y ante el apagón estadístico del Indec en buena parte de los gobierno kirchneristas, las mediciones de la UCA daban casi un 29% por ciento de pobreza. Normalizado el Indec, los datos del segundo trimestre de 2016 arrojó 30,3%. Macri hizo una conferencia de prensa, prometió erradicar la pobreza y declaró que ese era el piso por el cual debía ser evaluado su gobierno. Cuando perdió en 2019, los índices sobrepasaron el 35%.
La sociedad finalmente lo juzgó y decidió. No le permitió la reelección y le adjudicó el rol de opositor. Todos los datos están a la vista y cualquiera los puede consultar. No hay ni un solo indicador social, económico e institucional que Macri haya mejorado en sus cuatros años de gobierno. Todo esto a pesar del griterío en las redes o sus palabras en un hotel Miami.