Se dice que ninguna herramienta le fue ajena a Klemes Wensel Metternich para entrar en la
historia como el paradigma de diplomático que, se asegura, fue en la mitad de siglo XIX. Lúcido
como el mejor de los estadistas, de los cuales fue uno sin dudas, desarrolló un equilibrio europeo
sin potencias hegemónicas.
El anecdotario universal le atribuye al conde y después príncipe austríaco haber revelado alguna
vez la receta de su éxito en el sinuoso e intrigante mundo del poder y la política afirmando que a
todos engañaba diciendo la verdad.
Desde que la administración socialista asumió el gobierno de la provincia de Santa Fe, la
actividad de sus protagonistas –mostrada además con tal énfasis– ha sido hiperkinética.
Cada día varios temas diferentes (algunos tabúes) fueron puestos en agenda mediante anuncios,
reuniones, actos, visitas, recorridas. Un esfuerzo colectivo del gobierno por mostrarse al pie del
cañón, activo y reactivo promoviendo “el cambio” prometido.
En algún cruce casual con este diario previo o posterior a algún acto oficial –de los que
han proliferado en los últimos 45 días– el gobernador Hermes Binner sonó a Metternich.
“No necesitamos mentir. Con decir la verdad nos alcanza. Pareciera que hubo tanto engaño que
ha hecho que la gente no espere otra cosa”, reflexionó el mandatario poniendo su mejor cara
de Luis Sandrini en el personaje de Felipe.
A diferencia de lo que denota la elástica sonrisa felipina, se diría que nada de esa candidez
anima a las tres frases que en su conjunto relevan –por eso se trae a colación en esta nota
pese haber sido formulada en medio de una conversación privada– buena parte del pensamiento
íntimo del gobierno.
Es interesante analizar el planteo de gestión de un gobierno tan flamante que goza de una
inusual luna de miel. Es decir, que barre bien y su barrido es aprobado por la expectativa social
positiva que le permitió el triunfo. Alguien dijo que las elecciones no se ganan por la cantidad de
votos que se junten sino por la cantidad de esperanza que se siembre. Valdría acotar que la
contracara es la decepción popular que en política es sinónimo de fracaso y se traduce en
reclamo.
Ningún gobierno llega para fracasar del mismo modo que ningún político sueña el día que entra
con una salida humillante: irse vituperado u odiado. Lo interesante es ver de qué modo cada uno,
conforme su propia escala axiológica y una praxis más o menos intransigente, se planteará una
estrategia para no fracasar. O, dicho en otras palabras, una táctica de seducción que permita
sostener en el tiempo el entusiasmo inicial. Eso no es otra cosa que intentar no sólo conformar
sino agradar y del mejor modo. Es decir, ser diplomáticos. Además, claro, de actuar con decencia y
razonable eficacia en la resolución de los problemas del conjunto y el establecimiento de un fruto
colectivo mejor dado.
Diplomáticos. Ese es, hasta ahora, el sino del gobierno binnerista. Cuando los socialistas de
otras vertientes abran la boca y digan algo, sabremos si la variable de la Casa Gris será la de
Metternich o la diplomacia del garrote de Theodore Roosevelt. Los socialistas del Ejecutivo se
sintetizan en las fotos en las que Binner le aporta, con generosidad, disposición y sonrisa, el
oxígeno que parece escasearle a la presidenta Cristina Fernández (ya no será más “de
Kirchner” de acuerdo a la reforma a la ley de nombre, 18.248, que está propiciando). Esta
semana la foto fue por adjudicación de las obras de plan Circunvalar de Rosario. Un acto tan sui
generis que no permitió siquiera tener precisiones sobre a qué empresas se las adjudicaron.
Pocos gestos resultarían más apropiados que los ojos enormemente abiertos del Felipe de Sandrini
frente al proyecto del Tren Bala que le valió al gobernador su primer discurso en la Casa Rosada y
a la presidenta su primer acto de gobierno televisado para una audiencia masiva de clase media.
Todo fue sonrisas de aliados. Sin embargo, los socialistas de la Legislatura –prontos a
concluir su retiro estival– por muy silenciosos que estén no se alejaron de Elisa Carrió pese
a lo mucho que la líder de la Coalición Cívica haya endurecido sus críticas a la presidenta.
Este es el único escenario que podría resultar resbaladizo a la pisada firme del gobierno
provincial. En los demás Binner se mueve con la seguridad de Metternich y su sonrisa de Felipe. La
foto de la entrevista concedida al peronista díscolo (prohijado además por algún pliegue del
gobierno nacional) de la ciudad de Santa Fe, Oscar “Cachi” Martínez, y sin importar por
quién haya sido pedida (Martínez dijo que lo invitó Binner y desde el gobierno dijeron que la pidió
aquel) fue del todo gananciosa para ambos. Martínez obtuvo una entidad que desde su frustrada
aspiración a intendente de Santa Fe nadie le había otorgado y salió convertido en interlocutor del
gobierno y hablando como aliado: "Binner representa el cambio que queremos y del que, de algún
modo, somos parte”. Ese modo fue haber contribuido a que el radical Mario Barletta, como
aliado en la boleta de Binner, gane la intendencia de la capital provincial. Pero sobre todo a que
la pierda el PJ, que desde 1983 resultaba invencible; así lo ha dicho él mismo.
Que un opositor se exhiba contento de mostrarse aliado es ganancia pura para cualquier gobierno.
Martínez ofició esta semana con Binner como el gobernador lo hizo con la presidenta. Y más aún, se
convirtió en el peronista que puso el cascabel al gato al tildar de “dinosaurios” a
Jorge Obeid y Carlos Reutemann por igual y concederles a ambos una anticipada jubilación política.
¿Cómo tiene que registrar Barletta esa foto?
Antes de Martínez, había sido el presidente de uno de los bloques peronistas de la Cámara de
Diputados, Alberto Monti, quien tras visitar a Binner salió a expresar su desacuerdo con las
críticas de Agustín Rossi, el presidente del bloque del PJ de Diputados de la Nación y aspirante a
presidir ese partido en la provincia, al gobierno provincial.
Desde el PJ –donde ungirán jefe máximo a su amigo Néstor Kirchner– la Casa Gris
recibió la noticia de la postergación de la interna provincial (prevista inicialmente para el 16 de
marzo) con una sonrisa. La medida significa que por al menos seis meses los peronistas santafesinos
no se reorganizarán institucionalmente y no habrá nuevas autoridades dispuestas a
“estrenar” rol opositor. Los radicales están en calma y demoprogresistas entusiasmados
como nunca.
Es por ello que Binner cruza la plaza y sonríe a los inundados que anatematizan a Obeid,
Reutemann y todo lo que hubo antes. Recibe a las Madres de Plaza de Mayo en la Casa Gris, conmemora
en el salón Blanco el Holocausto con las organizaciones judías y seduce a los empleados públicos
más que con el aumento salarial atendiendo sus necesidades laborales urgentes. Hubo santafesinos
que desde 1983 por primera vez vieron entrar a un gobernador a sus oficinas a saludarlos y ponerse
a su disposición: todavía no lo pueden creer. En casi un cuarto de siglo de gobiernos peronistas:
casi no hay empleado público que no haya sido nombrado por el peronismo. Ellos, que son la segunda
fuerza laboral de la capital, han comenzado a decir que “este socialista no parece ser un
gobernador más”. La frase quizás sea el principal éxito hasta el momento del gobierno. A los
santafesinos de la capital los tranquilizó de entrada se mudó a vivir en la ciudad e impuso a casi
todos sus colaboradores (la mayoría rosarinos) una permanencia casi total. Mientras tanto puso en
marcha una ambiciosa reforma del Estado y logró que en cada encuentro los periodistas le
preguntaran sobre una reforma electoral.
Responde: "Tenemos que ver cuáles son los parámetros fundamentales para la convivencia entre los
santafesinos para los próximos tiempos”. Y sonríe.